Milimétrico
A-701 salió de su celda, como cada dÃa de su existencia. Fue siguiendo la larga fila que habÃa para salir al exterior y poder trabajar junto con sus congéneres.
Ese dÃa todo el hormiguero estaba conmocionado. Al parecer, habÃa aparecido de la nada una enorme roca esponjosa de color claro, blanda y, lo que era mejor, comestible. Aquello permitirÃa que Su Majestad engendrase nuevos retoños para poder repoblar los túneles después del último diluvio.
Cuando la pequeña recolectora llegó a la nueva montaña ya estaban varias decenas de hormigas intentando perforar túneles, mientras otros arrancaban gigantescos trozos y se los llevaban a rastras al hormiguero.
Como no habÃa sitio, A-701 se fue a buscar comida: quizá encontrase algún fruto caÃdo de un árbol. Con algo e suerte, el impacto con el suelo lo habrÃa abierto.
Fue siguiendo las amplias carreteras que las hormigas-desbrozadora habÃan trazado con precisión milimétrica. Apenas habÃa llegado a una bifurcación del camino cuando notó vibrar el suelo. Casi al instante, oyó un ruido apagado. A intervalos regulares las vibraciones se fueron repitiendo, y los ruidos llegaron a convertirse en un estruendo.
Su instinto le dijo que aquello no era normal, asà que se dio la vuelta y comenzó a recorrer el camino de vuelta.
No llegó lejos. El terremoto tenÃa tanta intensidad que el suelo se agrietaba. Se dio la vuelta, y vio una enorme franja vertical en el horizonte. Después, apareció otra, más cerca que la anterior.
La primera se elevó y tapó la luz del Sol. En la penumbra, ella intentó buscar cobijo moviéndose frenéticamente, pero la oscuridad fue aumentando rápidamente. Miró al cielo, ahora negro, y esperó.
Lo último que sintió fue una enorme presión en todo su cuerpo.