De boda

Ayer mi prima segunda (su hermana) se casaba, así que nos arreglamos, cogimos a mis yayos y nos fuimos a la iglesia de Santa Isabel (vulgo San Cayetano). Después de saludar a muchas personas cuyo parentesco ignoraba (y, en muchos casos, sigo ignorando), llegaron mis tíos y mi primo. Como mi hermano no estaba (¿No lo había contado todavía? Pues vuelve hoy, por la tarde, después de 5 días sin saber nada de él), me tocó hacer de primo único. Bueno, pues entre fotos y besos, llegó la hora de la ceremonia. Una vez que estuvieron los novios sentados, llegó el cura. Como dijo mi madre, “la alegría del huerto”. Según mi tía, padecía de Parkinson (bradicinesia). Por suerte, no duró mucho (la boda, no el cura). Nos hicimos unas fotos, y ya cogimos el autobús para ir a comer.

15 minutos después, llegábamos a la finca Tierrabella, un sitio de esos en los que se celebran bautizos, comuniones, bodas… Allí, tomamos el aperitivo (jamón, melón con lomo, langostinos con queso, croquetas de jabugo (supongo que dicen “jabugo” para no repetir “jamón”), bogavante con mantequilla de anchoas y huevas de salmón (a esto no llegué, estaba acompañando a mis yayos al baño), foie a la plancha con reducción de Pedro Ximenez (pobre Pedro. Al menos, así es útil), bocaditos de ternasco con miel de tomillo y una cazuelita de arroz con crustáceos (si no especifican, malo), en una carpa con barra libre (a saber las Coca-Colas que me tomé…). Un rato más tarde, entramos en el salón. Nos pusieron en la misma mesa a mis padres, a mis tíos y a mis yayos. Y, entre “Vivan los novios”, “Viva el padre del novio”, “Viva la novia”, “Viva el cocinero” y curiosos intentos de canción, empezamos a comer.
De entrante había una ensalada de queso de cabra y cosas verdes (presumiblemente verdura), con unos tomates desecados que acabaron como ratones (los piñones y la pimienta estaban cerca). De primero, un curioso sándwich cuyos panes eran trozos de pescado y el relleno, una mousse de gambas y carabineros (que a saber qué eran) y una especie de sorbete de piña y mandarina (con Vodka, pero muy poco. Bueno, no lo decían. Esperemos). De segundo, solomillo con salsa de queso (mi padre y yo nos tomamos tres) y, de postre, una monstruosidad en el menú: ocupaba nada menos que tres líneas de texto: “Pastel de celebración de dos chocolates con teja de helado de mascarpone y dulce de leche y fresón bañado con chocolate”. Muy bueno todo.
Mientras, comenzaron a darle algunos regalos a los novios. Uno, un tanto peculiar, consistía en un traje de sevillana para él, y otro de torero (o similar) para ella. No lo entiendo, pero bueno. Por cierto, nosotros les regalamos la Wii con el Mario Kart. Mientras, comenzaron a repartir los puros de rigor y navajas, bolsas de chuches y sandalias (en función de si la persona era un niño, un señor o una señora).

Me he extendido tanto en la comida porque hasta casi las siete de la tarde no acabó. Y ahí empezó el baile. Lógicamente, yo estuve revoloteando por ahí, ya que el baile y yo somos como el magnesio y el agua. No, no me gusta ese ejemplo. Mejor, como un yogur con sal en vez de azúcar. Bueno, el caso es que yo estuve tomando refrescos mientras observaba cómo la gente se ponía cada vez más contenta. Especialmente, destacaba un hombrecillo de camisa rosa que acabó intentando sacar a bailar a mi yaya. Había ratos en los que estaba más tiempo en el suelo que de pie.
También acabó bastante alterado mi primo (supongo que, con 4 años, tu cerebro no está acostumbrado a las luces estroboscópicas), dando volteretas e intentando bailar. Finalmente, acabamos jugando con una pelota de goma una a una paleta mediante una goma. El árbol siempre le ganaba :-)
A las 21:30, mis yayos se fueron en autobús. Y, hasta las 23:00, que fue cuando nos fuimos, siguió el baile. Intenté fundir pajitas de beber, pero no lo conseguí. Pretendía taponarlas, para dejarlas de nuevo en el bote. Bueno, ya os imagináis lo que pasaría.

La verdad es que estuvo muy bien, una boda muy entretenida. A ver si se casa la gente más a menudo.


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