La llegada del más allá (II)

Y ya termino. De paso, lo pongo en pdf:

Un buen día, varios años después del séptimo cumpleaños de Euley estaban los dos viendo la televisión, cuando apareció un anuncio que le llamó mucho la atención a la chica. En él, aparecían unas gafas de tamaño normal con las que, según decían, se podía entrar en tantos mundos de realidad virtual como se quisiera. Con ellas se podían experimentar nuevas sensaciones, y ver cosas que antes sólo se podían soñar. Rasmic no le hizo mucho caso, pero Euley siguió pensando sobre el tema durante un buen tiempo. Algunos días después, Rasmic se encontraba comiendo un cuenco de cacahuetes mientras leía un libro. En cuanto llegó Euley del colegio, éste fue a recibirla, pero ella pasó de largo, como si no la hubiese visto. El mono la llamó, y entonces Euley, llevándose las manos a la cabeza, exclamó:

—Lo siento, Rasmic. No te había visto. Mira lo que me he comprado: las gafas de la tele. Son increíbles, ya he estado en un montón de sitios: en el desierto, en las ruinas de la torre Eiffel… Además, pueden venir conmigo mis amigos –Exclamó, orgullosa—. Bueno, he quedado en un rato en la Enterprise. Si quieres, mientras puedes leer un rato.

Rasmic, reacio, acabó por ceder. Pensando que aquello sólo sería una nueva moda, que al cabo de un tiempo desaparecería, lo dejó pasar. Lamentablemente, cada día Euley le hacía menos caso, y ya raras eran las noches en las que quería que le leyese un cuento. Cada día había más anuncios de las gafas, y más gente absorta en sus mundos virtuales.

Mientras tanto, a millones de unidades de algo que todavía no existía, en el universo paralelo del que venía Rasmic, un grupo de criaturas autóctonas estaba dando los últimos retoques a una máquina que habían construido a partir de unos planos que, misteriosamente, habían aparecido de la nada unos años atrás. Finalmente, la encendieron y apareció una esfera brillante, con colores cambiantes, en el centro de la sala. Una de las criaturas tocó la bola de luz, y desapareció.

En la Tierra, en un parque que nosotros ya conocemos, apareció un insecto hexápodo, de unos tres metros de altura. Sus extremidades eran afiladas, y todo su cuerpo presentaba un color negro brillante. En cuanto sus ojos se acostumbraron a la luz del Sol, más fuerte que la de su planeta natal, vio que a su alrededor se encontraban varias criaturas rosadas con una envoltura muy nutritiva. Hambriento, se lanzó a por ellas. Sus pesados esqueletos les impedían moverse con rapidez, y en unos pocos minutos ya sólo quedaban unos fragmentos blancos, más duros que el resto. Al cabo de un rato, aparecieron más criaturas extraterrestres en el parquecillo.

Unos días más tarde, tras un pequeño revuelo causado por las muertes de algunas personas en un parque, todo el mundo volvía a estar tranquilo, inmerso en los mundos que tenían a medio centímetro de sus ojos. Rasmic, ignorado por Euley, llevaba unos días preocupado. La mayoría de las capacidades telepáticas de su anterior cuerpo las había perdido, pero con el cerebro que tenía en su cuerpo de mono podía oír ecos que, a veces, creía entender. Llegó un momento en el que el murmullo fue tan claro que pudo comprender lo que decían las voces. Pero no podía ser, él era el único de su especie en aquel planeta. ¿O no? Intrigado, escuchó los sonidos que pasaban por su cabeza: hablaban de destrucción, de conquista y de millones de criaturas negras que poblarían aquel universo hasta rebosar. De repente, se hizo la luz en su mente: los más odiados de su pueblo, un colectivo demasiado grande, siempre habían querido invadir los planetas cercanos de su sistema planetario. Sin embargo, la mayoría se oponía a ello, ya que eso representaba dejar sin modo de supervivencia para las razas de cada planeta. Al parecer, habían logrado acceder a este planeta como lo hizo él mismo, lo cual indicaba un riesgo increíblemente grande para Euley, y para el resto de su especie, en general. Asustado, se lo explicó todo a su amiga, pero ésta, tomándolo como un cuento más, no le hizo caso, y se volvió a sumergir en sus realidades ficticias.

Al ver que, por más que insistía, Euley pasaba de él, decidió enviar un correo a los diferentes dirigentes de la Tierra en nombre de un ciudadano anónimo. En el texto, alertaba de todo lo relativo a las criaturas que venían del otro planeta, pero la única respuesta que recibió fue “Mensaje devuelto por spam”. Impotente, ya que no podía hacer nada para convencer a la gente del enorme riesgo que corrían, ni para encontrar a sus malignos semejantes, se resignó a esperar.

Mientras, en una cueva en lo más profundo de una montaña, otra esfera luminosa acababa de ser creada. Casi instantáneamente, legiones enteras de artrópodos negros emergieron de la luz.

Veinticuatro horas más tarde, y sin que nadie hiciese nada por evitarlo, desapareció lo que hoy en día llamaríamos Italia. Y, lo más sorprendente de todo, era que nadie lo sabía. Todo el mundo, ajeno a lo que ocurría a su alrededor, ignoraba por completo que, día tras día, desparecían ciudades enteras.

Finalmente, las criaturas llegaron a la ciudad de Euley. En cuanto Rasmic vio aparecer una bola de luz justo debajo de su ventana, corrió a sacar a Euley de su estado de aletargamiento, envuelta en una manta. Sin embargo, por más que le suplicaba que se levantase, ésta le ignoraba por completo. Tras mucho insistir, acabó por quitarse las gafas, mirando enfadada a Rasmic:

—A ver, estoy muy ocupada. Si te aburres, ve a ver la tele un rato, pero a mí déjame en paz. Ya me tienes harta.

—Pero es por tu propio bien –dijo Rasmic, dolido—. Estás a punto de morir, y no te importa. Me marcho, no me apetece ver cómo eres reducida a polvo por seres del más allá.

—Haz lo que quieras. —dijo Euley— Eres libre. Tus historias ya no me importan—dijo, volviendo a ponerse las gafas.

—Te lo advertí, pero ni tú ni nadie de este planeta me hizo caso. Aunque, en el fondo, sabía que este momento acabaría llegando. Hasta nunca. Antes, te habría deseado buena suerte, pero, ahora, sólo puedo decirte que ojalá tu vida acabe pronto.— Y, diciendo esto, tocó la luz que lo engullía todo, desapareciendo.

-FIN-


2 Responses to “La llegada del más allá (II)”

  • amarilis Says:

    muchisimas gracias Juan!
    ME ESTOY VOLVIENDO UNA VIEJALESSS!!
    jaja

    bno, voy a ver si me leo esta entrada.
    en general, me gustan tus entradas, aunQ son tan largas… ;P

  • Juan Aguarón de Blas Says:

    Jeje, mis entradas suelen ser algo extensas… :-D

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