Después de cuatro largos (o cortos) años, la ESO toca a su fin, y qué menos que celebrarlo.
El viernes (celebración doble, pues también se acabaron los exámenes) fuimos a las 18:00 a la capilla del colegio. Fuimos todos muy elegantes, incluso vi con camisa a alguno a quien nunca había visto llevando una. Nos sentamos en los bancos de delante, y, después de una pequeña misa con anécdotas y demás palabrerío, pusieron un vídeo que habían hecho Julia y Pilar.
El vídeo duraba unos 20 minutos, y mostraba un montón de fotos de todo el grupo; algunas ni siquiera sabía que existían. Estaba muy bien, se lo curraron bastante. Lástima que no pueda colgarlo, ya que hay gente que no quiere que esté por Internet.
Cuando terminó, nos dieron a cada uno un DVD con la película (¡y carátula incluida!), y salimos a la plaza San Francisco a hacernos fotos. Algunos y yo casi no salimos; estábamos tan enfrascados en una conversación que no nos enteramos, pero mi madre nos avisó a tiempo
Las dos clases de 4º
Cuando los pulgares empezaron a estar cansados, Ernesto, Penas, Fran y yo fuimos a la Facultad de Matemáticas pitando, ya que a las 18:00 había comenzado la última sesión del Taller de Talento Matemático (charla sobre fractales y entrega de premios). Aunque no quedó muy diplomático, entramos a por nuestros regalos cuando todos se estaban yendo. Además de darnos una libreta, un libro de la Facultad de Ciencias, un cuaderno con ejercicios resueltos de concursos de Matemáticas, una camiseta (pues ganamos el Rally Matemático) y un diploma, nos invitaron a un refresco en el bar.
Luego ya nos fuimos cada uno a nuestras casas, a pasar la tarde. Bastantes personas de clase fueron por la noche a cenar a un sitio (los que no fueron, yo entre ellos, lo hicimos todos por el mismo motivo, de una forma u otra). Y, en teoría, ahí se terminaba mi despedida de la ESO.
Pero más tarde, a la 1:00 de la madrugada, me encontraba yo en el ordenador escribiendo un programa (estoy aprendiendo C :D) con la ventana abierta (hacía bastante calor), cuando empecé a oír el característico ruido que hace un grupo grande por la calle. “Estos son los de clase”, pensé. Me asomé al balcón, y, efectivamente, eran los de mi clase. El caso es que me vieron (“¡Hey! Mira, ese es Juan”), y empezaron a corear todos debajo de mi balcón “¡Friiikiiii, friiikiiii!” (sin malas intenciones, ¿eh?). Me pidieron que bajase, y como a más de 30 personas aclamándote bajo tu balcón no se les puede negar nada, me fui un rato a la plaza San Francisco con ellos. Después 30-45 minutos, la cosa empezó a escampar, y me volví con Alfonso a casa.
Adiós, ESO.