Después de pasar un buen rato arreglando las fechas de las anteriores entradas sobre USA y el contenido porque estaban mal, sigo escribiendo sobre mi viaje:
Domingo 11: por la tarde se jugaba la final de España en el Mundial de fútbol, así que Susan, la madre de los Fischer, me invitó a ir con ellos a ver el partido. Yo quizá hubiese aceptado, pero teniendo el plan alternativo de ir al Museo de Ciencia e Industria de Chicago, me parece que no me costó mucho decidirme.
A mediodía salimos Bryan y yo rumbo a Chicago, y al cabo de una hora estábamos ya en las puertas del museo.
Como edificio, era enorme. Sólo que yo eché un poco de menos un poco más de espacio para la “zona seria”, ya que las atracciones para niños ocupaban gran parte de la planta baja. Aun con todo, estaba bastante bien, con una sección de Ciencia muy lograda (había una bobina Tesla de 8 metros que se descargaba de vez en cuando con un ruido de mil demonios), y reproducciones de aviones (incluso una completamente operativa del Flyer I de los hermanos Wright) sorprendentes. También había una tabla periódica de varios metros con muestras reales de la mayoría de los elementos.
Aunque a mí lo que más me gustó fue el Mindball, un juego consistente en una mesa con dos sillas enfrentadas, y una pequeña depresión en el centro en la que había una bola. Los jugadores se sentaban, y se ponían una banda alrededor de la cabeza. Esta banda medía las ondas cerebrales, mostrándolas en una pantalla. Al relajarse, las ondas cerebrales disminuían, y la bolita era enviada al rival. El jugador que consiguiese llevar la bolita al campo contrario, ganaba. ¡Yo gané!
Eran divertidas las caras que ponían algunos al relajarse, parecían estar en el baño.
Me parece que a eso de las 16 nos fuimos, habiendo visto casi todo. Y para terminar de ver lo que nos faltaba, en el viaje de vuelta nos encontramos con este coche:
Bonito alerón, ¿no?
Lunes 12: Bryan y yo salimos por la mañana hacia Chicago, para dar una vuelta con los Fischer. Un poco antes de salir, llamó Susan diciendo que sus hijas estaban enfermas, por lo que no podrían ir, pero que irían Inés y Lucía con unos amigos de la familia. Como en otras ocasiones, nos reunimos todos en el primer vagón del tren.
Al llegar a downtown, cogimos un Watertaxi para llegar al centro rápidamente. Sorprendentemente, el trayecto sólo costaba 2$, y ofrecía unas vistas bastante buenas de toda la ciudad. Al atracar en nuestro destino, pusimos rumbo a la Hancock Tower.
En Chicago hay un rascacielos muy famoso, la torre Sears, y se puede subir a su observatorio para admirar la ciudad. Sin embargo, cuesta 16$ y las vistas no son todo lo buenas que podrían ser, ya que está justo en el centro de la aglomeración de edificios, por lo que no se ve el “cogollo” en todo su esplendor. Por este motivo, fuimos a la torre Hancock, que está algo alejada del centro rascacieril. En el piso 94 hay un observatorio, pero, de nuevo, hay que pagar 15 $ para entrar. Por suerte, en las plantas 95 y 96 hay un restaurante de lujo con muy buenas vistas, aunque teníamos el inconveniente de que para estar allí necesitábamos tener 21 años o estar acompañados de nuestros padres. Dejando el problema para luego, empezamos a hacer fotos (bastantes personas mirándonos, pero qué más da), ya que las vistas valían la pena. Al cabo de 5 minutos, una camarera se nos acercó y nos dijo amablemente que no podíamos estar allí, a lo que le contestó una de las amigas de los Fischer que “nuestros padres están en el baño”. Toma ya. Hicimos un par de fotos más, y pusimos pies en polvorosa. Al llegar a la planta 0, intentamos pasar desapercibidos por el hall, sólo por si acaso, pero se trataba de algo bastante difícil siendo que en la enorme habitación sólo estábamos nosotros 5 y los conserjes de dos metros y aspecto ligeramente inquietante. Parecía que lo estábamos consiguiendo; de hecho, algunos de nuestro grupo ya estaban en las puertas giratorias, pero de repente un conserje se levanta y me dice “¡Hey!”. Yo automáticamente me doy la vuelta y le tiendo mi mochila, pensando que la iba a examinar, pero el hombre se ríe y me dice “¡Me gusta tu camiseta!”. Llevaba una camiseta de Bender, el de Futurama…
Ya me estaba dando la vuelta para huir, jeje
Después de esta pequeña aventura, volvimos a Michigan Avenue, y, como yo me acordaba de la dirección exacta de la Lego Store, fuimos hacia allá. Allí me compré un par de desmontadores de piezas, un pequeño cubo que rellené con las piezas que quise, y una pequeña bandeja para hacer cubitos de hielo con forma de minifig:
Lástima, a veces salen decapitados...
Al cabo de un rato curioseando por la tienda, fuimos a buscar a Bryan para comer con él. Nos llevó a un sitio típico en Chicago, una bocatería en la que hacían bocadillos bastante ricos.
Tras la comida, por petición popular fuimos de shopping. Yo encontré algún recuerdo, y unas cajitas de caramelos con forma de seta y estrella de Mario Bros. Ya por la tarde, cada uno se fue por su lado, y a mí me llevaron a la estación de tren. Fin del día.