La verdadera Navidad
ACTUALIZACIÓN – 20/12/2010 – Este relato ha recibido el 2º premio en el concurso del Ayuntamiento. Con esto empieza a demostrarse mi teoría para ganar concursos.
Sé que últimamente no he escrito mucho, pero es porque he estado estos días colaborando con un rastrillo contra el cáncer, e investigando un poco el tema de tema de enviar datos inalámbricamente. También escribí un relato para el concurso de mi colegio, le podría haber sacado más partido, pero lo hice deprisa y corriendo el último día:
–Bueno, aún quedan tres minutos, pero como veo que estáis impacientes, vamos a salir antes –dijo la profesora.
Toda la clase se levantó, y salió atropelladamente por la puerta. Al fin y al cabo, era el último día de colegio antes de las vacaciones de Navidad.
En el trayecto de vuelta a casa, Luna pensó sobre el breve relato de la Natividad que había leído aquel día en clase. Le parecía sorprendente cómo un nacimiento y los presentes entregados al niño hacía más de dos milenios habían desembocado en la celebración que tal y como la conocemos hoy en día, una Navidad repleta de bombillas de colores y anuncios de perfumes. Acto seguido, oyó a alguien gritando su nombre, sacándola de sus ensoñaciones. Era su tío, que la llamaba para concretar el modelo del nuevo teléfono que quería que encargase a los Reyes, pues ella aún no se había decidido. Un poco después, Luna llegó a su casa, se tumbó en el sofá y dejó que las vacaciones comenzaran por sí solas.
Durante los días siguientes, Luna hizo lo que no había podido durante las semanas anteriores: durmió hasta tarde, salió con sus amigos, se fue de compras… Pero su tranquilidad no duró mucho, pues durante todo el día de Nochebuena la actividad en su casa fue frenética. En unas horas iban a llegar sus abuelos, sus tíos y primos, a algunos de los cuales no veía desde el año pasado, y aún quedaba mucho por hacer. Junto con su hermano pequeño, Javier, preparó una ensalada, mientras sus padres cocinaban un suculento asado. Poco a poco comenzó a llegar la gente, hasta saturar la cocina, como ocurría normalmente. Los niños pequeños se fueron a montar un puzle mientras los demás conversaban animadamente sobre diversos temas. Como siempre, el padre y el tío de Luna acabaron enzarzados en una discusión, pero después de tantos años haciendo lo mismo ya no inquietaban a nadie.
Cerca de las diez de la noche ya estaban todos hambrientos, esperando a que llegase el abuelo, pues se estaba retrasando bastante, probablemente debido al tráfico. Cuando ya se empezaron a inquietar, María, la madre de Luna, decidió llamarle para preguntarle cuándo llegaría.
– ¿Dígame? –preguntó el abuelo.
–Hola papá, ¿dónde estás? Estamos ya todos en casa, esperándote.
–No te preocupes, estoy llegando ya. Eso sí, poned una silla y un plato más en la mesa.
–Pero, ¿quién…? –comenzó la madre de Luna.
–Estad tranquilos, llegaré en cinco minutos. ¡Hasta ahora!
María se quedó pensativa con el auricular en la mano, reflexionando sobre lo que habría querido decir su padre.
–Entonces, María, ¿llega o no llega? –inquirió el tío Luis.
–Ha dicho que llegaba enseguida, pero viene con alguien… Yo creía que estábamos todos, ¿no?
–Quizá sea el primo Borja, pero yo creía que cenaba con unos amigos –propuso alguien por el fondo.
–Ni idea, vamos a esperar… –dijo María, mientras preparaba otro servicio.
Como había dicho, el abuelo llegó a los cinco minutos. Todo el mundo se arremolinó en torno a la puerta para ver quién era el invitado sorpresa. Para el asombro general, se trataba de un niño de edad similar a la de Javier, algo desastrado y con aspecto asustado. Llevaba puesta una chaqueta vaquera que le quedaba algo grande y unos pantalones remendados.
–¡Buenas noches a todos! –saludó el abuelo. Os presento a Ian. Le he encontrado sentado en un banco… ¡Con el frío que hace ahí fuera! Tiene tu misma edad, Javier, seguro que te llevas bien con él.
–Pero, papá… –comenzó María, quedándose cortada ante la mirada que le dirigió su progenitor– Bueno, Ian –continuó–, vamos a limpiarnos las manos, que cenaremos enseguida.
Un par de horas más tarde, Ian jugaba alegremente con Javier y el resto de primos, mientras Luna comía turrón al tiempo que meditaba sobre lo que se le ocurrió al salir de clase unos días atrás. En ese momento se encontraba feliz, pensando que su abuelo había hecho bien en invitar a Ian a cenar. Al fin y al cabo, la Navidad consistía en eso: ayudar a los demás, pasárselo bien con la familia y compartir lo que se tiene. Porque, ¿qué era un móvil nuevo comparado con hacer feliz a alguien que iba a pasar su Nochebuena solo y aterido?
Aquella noche, una nueva estrella apareció en el cielo.