nov 26 2013

Varios(n+1)

Hasta hace unos instantes me encontraba estudiando Mecánica con más fuerza de voluntad que ilusión, pero ha llegado un momento en el que me he saturado (expresión que he empleado siempre pero a la que desde hace poco, por deformación profesional, encuentro otro significado), he mirado a mi alrededor y tan sólo he visto una mesa repleta de papeles, libros y proyectos, además de una olvidada taza de té. Ahora podría seguir disertando sobre el posible significado de la taza abandonada, o de los esporádicos brotes de esa emoción a caballo entre la melancolía y el tedio que en ocasiones le asalta a uno cuando lleva demasiadas horas seguidas estudiando algo que no le gusta. Pero no, hoy no es ese día (¡En este día lucharemos!). Hoy es el día en que os cuento, o simplemente pongo por escrito si el “os” es un “me”, algunas cosillas en las que he estado invirtiendo mi tiempo últimamente.

¿Habéis visto qué chulos me quedan los trabajos con LaTeX? ;)

¿Habéis visto qué chulos me quedan los trabajos con LaTeX? ;)

Principalmente, la carrera. No soy el único de mi curso para el que ya desde hace algún tiempo los fines de semana han dejado de tener sentido, pues son días normales pero sin clase. No estoy seguro de hasta qué punto mi ingeniería es difícil, pues la respuesta sería muy subjetiva ya que la estaría comparando con Bachillerato, y son cosas muy diferentes. Probablemente sea, en proporción, bastante más complicado lo que estoy dando ahora que lo que daba hace un par de años, pero al ser cosas que me interesan más que las de entonces (léase Filosofía) el mal es menor. De todos modos, académicamente mi grado no es emocionante ni mucho menos, al menos hasta ahora. De entre las 10 asignaturas que he cursado y las 5 en las que ahora estoy matriculado tan sólo me han interesado Informática, Fundamentos de Electrónica y Señales y Sistemas, y algo menos Física II. No digo que el resto no me hayan gustado (aunque alguna ha pasado o pasará sin pena ni gloria), pero me resultan bastante engorrosas, pues me quitan el tiempo para estudiar las que sí me motivan. Es definitiva, nada nuevo bajo el sol: desde que tengo uso de razón los cursos se han organizado de esa manera, y no parece que vaya a cambiar la cosa por el momento.

Howard Shore – Concerning Hobbits

Por otro lado, este año voy a clase por las tardes, lo cual tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Como ventaja principal tal vez pondría el poder tener las noches libres y no tener que madrugar (aunque duerma el mismo número de horas me cuesta mucho más levantarme a las 8 que a las 11), y como inconveniente la alteración total y absoluta de mis ritmos circadianos. Pero esto me ha permitido hacer algo que el año pasado casi olvidé: leer. Si hace un año a estas alturas de curso había leído dos o tres libros, éste puede que lleve unos quince. ¡Y alguno muy bueno, además! Como mañana pretendía despertarme a una hora decente tan sólo nombraré algunos de ellos, a saber:

  • The Leage Of Extraordinary Gentlemen, de Alan Moore. No pensaba empezar con éste, pero como es el último que terminé ha sido el primero que me ha venido a la cabeza. Ha sido una relectura, lo que me ha permitido poder apreciar los dibujos con más detalle, la verdad es que algunas ilustraciones son realmente impresionantes.
  • Brooklyn Follies, de Paul Auster. Creo que también he leído algún otro libro de este hombre últimamente, pero como es mi tía la que me provee de ellos y se los devuelvo al terminarlos no recuerdo cuál fue. Me gustó mucho, es lo más alegre escrito por Auster que he leído hasta la fecha.
  • El Perfume, de Patrick Süskind. Me lo regaló Paula para el Día del Libro, y me encantó: el retrato que hace el autor de Jean-Baptiste Grenouille es en algunos momentos francamente inquietante.
  • La mecánica del corazón, de Mathias Malzieu. También me lo regaló Paula, e igualmente no me defraudó. Aunque por el aspecto parece dirigido a un público infantil no lo es realmente; me suena que alguien lo definió como “un cuento para adultos”. Narra la historia de un muchacho que nace con un corazón dañado, por lo que le pusieron un reloj de madera para que pudiera vivir. Muy recomendable.
  • El huevo de oro, de Donna Leon. ¡También me lo regaló Paula! Pero esta vez por mi cumpleaños :) Es la primera novela que leo de Leon, no la conocía. Se trata de una historia de la serie de su, por lo visto, popular detective Brunetti. Me pareció muy curioso el estilo, algo sombrío e indirecto. ¡Tengo ganas de leer otro de la colección para poder opinar mejor!
  • American Gods, de Neil Gaiman. Fue el último libro que abrí el curso pasado, y quedó abandonado a mitad del segundo capítulo por lo que he comentado unas líneas más arriba. No obstante, lo retomé hace unas semanas y esta vez lo devoré. No sabría cómo definirlo, es sin duda uno de esos libros llenos de referencias que no entiendes hasta que lo vuelves a leer unos años más tarde. Lo recomiendo sin dudar.

Y algún que otro título más. Pero sí, poder leer tranquilamente es una de las cosas que más agradezco de ir de tardes, el año pasado llegué a pensar que se me iba a ir la afición por la lectura. Aunque por lo que parece, ¡siguen intactas! Para terminar con este apartado bibliófilo anoto aquí (y aprovecho para hacerlo en mi libro de citas) una cita de Juan Ramón Jiménez, que es la que abre Fahrenheit 451:

Si os dan papel pautado, escribid por el otro lado. 

Otra cosa en la que he estado trabajando (aunque en las últimas dos semanas apenas lo he tocado) es un viejo proyecto de hace un año y medio que abandoné porque era demasiado grande para mí. Llegué a hacer algún progreso, pero al final la cosa quedó en agua de borrajas. Por algún motivo me dio por desempolvarlo (literalmente), y al cabo de unos días lo tenía ya bastante avanzado. ¿Que qué es? Básicamente, un pequeño dispositivo con pantalla LCD, ranura para tarjetas SD y conector de teclado PS2 que permite escribir notas de texto en ficheros txt. La idea la tuve en 2º de Bachillerato, a raíz de las monótonas horas de copiar apuntes que como resultado daban un fajo de hojas prácticamente ilegibles. En este momento puedo ya abrir y editar archivos, y a falta de unificar código y solucionar unas misteriosas pérdidas de memoria prácticamente está listo para soldar conectores a una placa, barnizar la caja de madera que compré en su día y adaptarla para meterlo todo dentro.

Le das glucosa y él te da... esto.

A finales de octubre o comienzos de noviembre tuve la idea (no fui el primero, pero sí el que llegó más lejos) de hacer una impresora (Hamachine la llamo) que imprimiera con Hama Beads, unos pequeños tubitos que se disponen en una plancha a modo de píxeles y que posteriormente se planchan (valga la redundancia) para crear dibujos de plástico realmente chulos. Por desgracia me quedé atascado ya que no encontré ningún tubo con diámetro interior de 2.75mm, el necesario para que pasen las “bolitas” correctamente. El siguiente vídeo corresponde al estado actual de la máquina, aunque conforme iba montándola fui haciendo mejoras en mi cabeza y llegados a este punto la razón me dice que debería desmontarla, pero impone demasiado y le he cogido demasiado cariño como para hacerlo. ¡No en vano es la primera vez que fusiono Lego con Arduino, y con un éxisto bastante aceptable!

Ah, y a modo de recordatorio personal (para que si vuelvo a leer estas líneas retome el proyecto con la misma ilusión): hace unos días tuve una sucesión de ideas que me ha hecho volver al mundo de la impresión 3D, si todo va bien mi presupuesto empezará a hacerse insuficiente dentro de unas semanas :D

Total, que se me ha vuelto a hacer tarde… Pero bueno, el objetivo principal de esta entrada que era escribir (como fin) está cumplido, y con creces porque me he quedado con ganas de seguir dándole a la tecla… Esperemos


sep 8 2013

Querido blog

¿Te acuerdas?

Querido blog:

El otro día te escribí por primera vez en casi un año. Aunque en todos estos meses me he propuesto hacerlo en varias ocasiones, por diversos motivos he acabado posponiéndolo, diluyendo en el tiempo las pequeñas punzadas de culpa que me provocaba no hacerlo. De hecho, llegué a escribirte dos entradas, aunque no te lo creas. Una, cuyo tema no logro recordar, acabó en el limbo de los posts esperando una conexión a Internet que nunca llegó: escrita en un archivo de texto y guardada en una olvidada carpeta sepultada en las profundidades de mi disco duro. La otra, más reciente, no llegué a terminarla por suerte para ti y para mí. No aportaba nada, y fue fruto de un arrebato de rabia de esos que te impulsan a vomitar palabras hasta dejarte sin fuerzas. Ahora reposa en la papelera de reciclaje, esperando un inminente formateo que la devolverá al sitio de donde no debería haber salido.

Te preguntaría por tu salud, pero prefiero serte sincero y no hacerme el sorprendido cuando me contestes que has estado muy relajado, con ocasionales convalecencias de las que poco recuerdas. Tranquilo, ya lo sé, y aunque no lo parezca mi padre y yo nos hemos preocupado cuando te has quedado sin energía, dándote de nuevo los voltios que te mantienen con vida.

Pero, como decimos las personas, no sólo de pan vive el hombre. O, como podríamos decir sobre los de tu especie, no sólo de un servidor bien cuidado vive el blog. Tanto nosotros como vosotros necesitamos algo más para vivir, y se trata de las palabras. De ese alimento has estado privado en los últimos tiempos, algo de lo que no me he preocupado tanto como debería. Hace unos semanas te hice una visita (puede que te dieras cuenta, aunque intenté no hacer ruido), y contemplé con cierto dolor el estado en el que te encontrabas. Parece ya algo lejano, pero hace 4 ó 5 años recibías tu buena dosis de entradas cada dos días. En cambio, en el último año tan solo has tenido una.

A lo largo de tu existencia has sido testigo de cómo he ido creciendo, y has sido tal vez quien más me haya conocido, tanto por las entradas que te he escrito como por los borradores que guardas que nunca vieron la luz. Pero, como ya te he dicho, en estos doce meses no has tenido noticias de mí. Lo cual es una noticia en sí misma, mal que me pese. Me gustaría tener la fuerza de voluntad necesaria para cumplir el propósito, polvoriento ya, de publicarte un post de vez en cuando, pero creo ese no es el único motivo que me impide contarte nuevas historias. Hace ya tiempo me di cuenta de que, cuanto más tiempo dejaba pasar entre entrada y entrada, más intenso se hacía un sentimiento a medio camino entre la pereza, el miedo a no saber sobre qué escribir y la falta de inspiración. Pero también advertí que con tan solo ponerme ante un folio en blanco y comenzar a deslizar el bolígrafo (o las teclas) las ideas comienzan a surgir salvajemente, y la falta de inspiración se convierte en su opuesto: hay tantas cosas que contar que falta tiempo o espacio (que es lo que me está pasando ahora). Esto, junto con la reducción de ratos a solas que pueda disfrutar que ha traído el ritmo de vida que he llevado durante el último año creo que ha sido en gran parte la causa de que no haya podido enviarte las entradas que me hubiese gustado redactar.

Podría decirte que todas esas palabras que he estado a punto de escribirte en algún momento no están perdidas, que viven en mi memoria y, con algo de suerte, en forma de una fotografía o tuit que las evoque; o en una rápida anotación en la pequeña libreta que intento llevar siempre conmigo. Pero, aunque esto sea cierto, muchas pensamientos e ideas quedaron huérfanos y se han extraviado en el olvido, tal vez para siempre. Pero no está todo perdido: si bien no se pueden escribir los posts que no nacieron, sí se pueden escribir aquellos que están por nacer.

Bueno, blog, me alegro de haber pasado este rato contigo. Creo que lo necesitábamos los dos, y me gustaría repetir cuanto antes. Tú ya sé que también. Ahora voy a ver si logro arreglar un poco este té que me he hecho hace unos párrafos, se ve que con las prisas le he quitado las hojas demasiado pronto y está bastante aguado. ¡Ah! Intenta no enfermar mientras esperas mi próxima entrada, que dentro de poco me toca actualizarte la versión de WordPress y tienes que estar sano para eso. Pero no te preocupes, será sólo un pinchacito y volverás a la normalidad. A la de hace un tiempo, si todo va bien.

Un abrazo,

Juan


ago 16 2012

Viaje a USA (I)

El equipo al completo.

Hace cuatro años fui por primera vez a Estados Unidos, visitando únicamente Washington y Nueva York. Dos años más tarde mis padres me apuntaron a un curso de inglés en Chicago, gracias al cual conocí a los Fischer, una familia que me invitó a pasar unas semanas con ellos al verano siguiente. Con esta trayectoria de viajes al Nuevo Mundo no sabía si mi padre estaba hablando en serio cuando me propuso volver para hacer un recorrido en coche que nos llevaría a las principales ciudades de la Costa Este, además de a numerosos pueblos y lugares que ni siquiera pensé que pudieran existir. Y yo dije que sí.

Ya llevaba unos meses gestándose en mi casa un viaje a Estados Unidos, pero tan sólo atañía a mi hermano: llevaba un tiempo ilusionado con un campamento de baloncesto en Filadelfia al que se había apuntado junto con tres amigos más. Como  el transporte corría de cuenta de los jugadores la excusa de acompañarlos hasta allí para que no se perdiesen ni tuviesen problemas por el camino era perfecta para escaparnos unos días de España. Así que a mediados de mayo compramos un gran mapa de carreteras de Norteamérica y a lo largo de casi dos meses nos pusimos a clavar chinchetas en él marcando los sitios que pretendíamos visitar. Poco a poco fueron pasando los exámenes de final de curso, los de Selectividad, el de conducir, diversos campamentos… hasta que quedaron apenas unos pocos días para nuestra partida. Con el itinerario que íbamos a seguir todavía muy poco claro (¿metíamos St. Louis? ¿Bajábamos hasta Memphis? ¿Valía la pena cruzar la frontera canadiense?) llegó la última noche que íbamos a pasar en nuestra patria por un tiempo. Y digo pasar y no dormir porque algunos nos acostamos tan tarde y nos levantamos tan temprano que casi no pudimos más que tumbarnos un rato en la cama.

14 de julio, de madrugada

Y con la modorra propia de a quien despiertan antes de que se quede dormido me vi en la estación de autobuses de Delicias con dos maletas y rodeado de mi familia, los tres compañeros de mi hermano y sus respectivos padres y madres. En España dejábamos a mi madre, quien se quedaba a guardar la casa durante nuestra ausencia. Lo que siguió es fácil de imaginar: besos y abrazos de despedida, un trayecto de cuatro horas hasta Madrid que se me hizo muy corto acaso por haber parpadeado solamente una vez en todo el camino, y nuestra llegada a primera hora al aeropuerto. Allí esperamos hasta que abrieron la puerta de embarque, que cruzamos poco después para acabar sentados y con el cinturón abrochado en el avión de American Airlines que nos llevaría al otro lado del océano. Ya no había vuelta atrás, a partir de ese momento los relojes llevaban seis horas de retraso y nuestro idioma oficial era el inglés. Lo cual no deja de ser un recurso estilístico, claro: allí hablando español te las puedes apañar perfectamente; siempre habrá un latinoamericano cerca que te saque del apuro.

El sector juvenil de la expedición...

Poco hay que decir del vuelo. Como en todos, comenzaron a confundir a nuestros estómagos dándoles a horas imprevistas comidas que no esperan. Pero tal vez a causa de esto, de estar entretenidos, en un momento estuvimos en el JFK, el aeropuerto de Nueva York. Allí cogimos un tren –Airtrain- que unía las terminales de dicho aeropuerto; y un metro que nos llevó a Pennsylvania Station (Penny Station para los amigos), estación en la que debíamos coger un tren con el que llegaríamos a Filadelfia, nuestro primer destino. Por desgracia los billetes de última hora eran excesivamente caros, por lo que tuvimos que retrasar el trayecto un par de horas. Horas que aprovechamos para que los compañeros de canasta de mi hermano (Juan Carlos, Carlos y Rodrigo) viesen por primera vez la ciudad, aunque regresamos pronto a la estación por lo incómodo que era caminar con todo el equipaje a cuestas. Finalmente nos encontramos sentados en el espacioso vagón del Amtrak, un tren que no sé si me gustó más por sus amplitudes o por el wifi abierto disponible en todos los asientos. Hora y media más tarde llegábamos a Philly, como la llaman los lugareños. Un paseo hasta el hotel, la recogida de las llaves en recepción, y por fin pudimos tumbarnos en condiciones por primera vez en unas cuantas horas. ¡Lo habíamos hecho, habíamos logrado cruzar tierra, mar e imaginarias líneas fronterizas hasta llegar a Filadelfia, primera meta de nuestro viaje!

14 de julio, por la tarde

Esto ni el pan de lembas, oiga.

Tras deshacer las maletas (aunque no demasiado; este viaje no se ha caracterizado por el sedentarismo) y reposar un poco salimos a explorar la ciudad. Íbamos con intención de hacernos una foto con la estatua de Rocky que hay a los pies de la escalinata del Museo de Arte, ésa que Stallone sube a horas intempestivas entrenándose para su combate. Lamentablemente nos enteramos de que caía muy lejos, y lo dejamos para el día siguiente. Pasando a otro tipo de intereses propios de la hora (tal vez algo más gastronómicos, pero igualmente culturales) nos pusimos en busca de un sitio en el que tomar un  Philly’s Cheesteak, un popular a la par que grasiento bocadillo típico del lugar. Una buena dosis de tiras de carne salpicadas de cebolla y zanahoria y cubiertas de queso fundido en un pan algo más blando que al que estamos acostumbrados los españoles. Cena nutritiva donde las haya, desde luego. Además, no hubo problema en hacer pasar los mordiscos pues recordamos que, al igual que en muchos otros lugares del país, rellenar el vaso una vez lo has comprado es gratis –free refills-. Con mucha fuerza de voluntad algunos logramos terminar el bocadillo, haciendo nuestro regreso al hotel considerablemente más lento que la ida.

15 de julio, por la mañana

Nos despertamos con calma, desayunamos las galletas y los zumos que habíamos comprado la tarde anterior en un 7-Eleven, y salimos a buena hora a la calle. Después de una breve parada en el Reading Terminal Market, del que luego hablaré, nos dirigimos hacia Chinatown, el barrio chino de la ciudad. No es comparable al de Nueva York, mucho más comercial. Éste es realmente un barrio de chinos, con sus tiendas y mercados todavía libres de la muchedumbre de turistas que provocan lentamente que los comercios de toda la vida acaben convertidos en una sucesión sin fin de tiendas de recuerdos. Tras merodear un poco y sentir que nos encontrábamos en otro país (a menudo éramos los únicos caucásicos a la vista) entramos en una tiendecilla a comprar algunos útiles de aseo que habíamos preferido no llevar en la maleta (a nadie le gustan toda su ropa empapada de champú, ¿verdad?).

No comments.

Una vez nos hubimos hecho con todo nos dirigimos hacia el Independence Mall, que comprendía un conjunto de edificios importantes en la historia estadounidense: allí se firmó la Declaración de Independencia, y es donde se conserva hoy en día la Liberty Bell, una campana símbolo de la independencia americana. Campana que, creo recordar, aparecía en “La Búsqueda”. La zona era bastante interesante, pero como había demasiadas filas y los peques iban justos de tiempo tuvimos que saltarnos algunas cosas. Así que cogimos un autobús y fuimos al Philadelphia Museum of Art, para ver las míticas escaleras de Rocky. Esta vez nos salimos con la nuestra, y pudimos hacernos unas cuantas fotos en medio de otras muchas personas que tampoco habían ido allí precisamente por el arte. A continuación volvimos al hotel para que los mi hermano y sus amigos cogiesen sus maletas, ya que mi padre se los tenía que llevar al campamento, que empezaba aquella misma tarde. Tras una pequeña parada técnica en Potbelly’s, una de mis cadenas favoritas de bocadillos del país (¿quién puede negarse a un saludable bocata de albóndigas?),  nuestros caminos se separaron. Mientras mi progenitor iba con el resto a recoger el coche de alquiler, servidor se encaminaba hacia el hotel, donde pensaba descansar unos minutos antes de irse un rato a explorar por su cuenta. Al fin y al cabo, cualquier estómago necesita reposo después de un buen meatball sandwich.

15 de julio, por la tarde

Por cierto, no había dependiente.

En cuanto me hube repuesto salí provisto de cámara y cartera, las armas del turista moderno, hacia el Reading Terminal Market. Por la mañana había visto una pequeña librería de viejo que todavía se encontraba cerrada, y esperaba encontrarla abierta esta vez. Un pequeño local, armario más bien por su tamaño, en el que se amontonaban cientos de extraños libros en estantes cuya estabilidad peligraba. Tenía su sección de magia negra y oscurantismo; como digo, un sitio realmente peculiar. A punto estuve de hacerme con esta edición de “Zaragoza” de Pérez Galdós, pero como la cosa tenía más de capricho que de utilidad me contuve. Ya habría tiempo de dilapidar el dinero más adelante. Después de un pequeño rodeo que di para volver a visitar Chinatown, esta vez con menos prisa, orienté mis pasos hacia lo que viene siendo el “casco histórico”: las calles aledañas al National Mall que comentaba antes. Paseé un rato por el Christ Church Burial Ground, un bonito cementerio en el que se encontraba enterrado Benjamin Franklin, y paré un momento a comprar un botellín de agua a causa del calor. Para alguien de interior como yo, acostumbrado a veranos secos, el calor húmedo y sofocante de Estados Unidos es algo agotador. Allí no hace tanto calor como en España, pero por lo que nos dijeron unos valencianos que encontramos en Nueva York, la humedad americana es mucho más extrema que la que tenemos aquí. Así que ya sabéis: si pensáis cruzar el charco en verano, ¡acordaos de llevar siempre una cantimplora encima!

La calle seguía entre la arboleda, llevando a un pequeño patio muy majo!

Paseando por la zona acabé topándome por accidente con la calle más antigua de Estados Unidos, Elfreth’s Alley. Una agradable hilera de casitas de comienzos del S. XVIII de la que es fácil pasar de largo si no la estás buscando. Poco después me llamó mi padre, que se encontraba por la zona habiendo dejado ya a los pequeños en el campamento. Como él llevaba intención de ver el callejón aparcó por la zona y dimos una vuelta, encontrando una peculiar tienda de antigüedades en la que pasamos un buen rato revolviendo periódicos antiguos y máquinas que, de haber vivido allí, me habría llevado conmigo. Acabamos con unos cuantos periódicos de mediados del S. XIX y un especial dedicado a la Segunda Guerra Mundial de 1943, una pequeña joya que pronto tendremos enmarcada en casa. Como aún queríamos pasar por el The Franklin Institute Science Museum cogimos el coche y fuimos para allá. Por desgracia nos habíamos entretenido tanto con los periódicos y el museo era tan grande que nos vimos incapaces de aprovechar la visita en condiciones, así que nada más entrar en el imponente hall del edificio decidimos dejarlo para el día siguiente, si teníamos ocasión.

Las autoridades sanitarias recomiendan tomar uno de estos al día, es bueno para la circulación.

Cansados y hambrientos regresamos al hotel para cambiarnos, ya que habíamos reservado mesa en un peculiar restaurante de Filadelfia, el City Tavern. En cuanto entramos en el local vimos que era cierto lo que habíamos leído sobre el sitio: imitaba la estética de los siglos XVII-XVIII con camareros y doncellas vestidos de época y muebles que aparentaban haber vivido unos cuantos años más que yo. El menú también era de la época colonial: antiguos platos que el chef (quien tiene un popular programa de televisión sobre comidas de antaño, “A Taste of History”) ha rescatado del olvido. Con tanta decoración y ‘espectáculo’ esperábamos que las raciones fuesen modestas; un plato innecesariamente grande para una cantidad justa de comida. Pero nada más lejos de la realidad: en cuanto trajeron mi plato (porkchop con puré de patatas y una especie de chucrut) se me abrieron los ojos como platos y me quedé paralizado ante semejante montaña de hidratos de carbono. La elección de mi padre tampoco era para menos: una pantagruélica sartén repleta de pasta, trozos de ternera y verduras. También pedimos una sencilla ensalada, pero pasó desapercibida. Digno de mención era el pan, que no cobraban a pesar de estar horneado allí mismo: la cestita que nos pusieron tenía dos tipos de panes “salados” y unos pequeños mendrugos de un delicioso pan dulce de piñones que nos encantó. Hora y pico más tarde, incapaces de terminar con semejante festín, pedimos algo avergonzados a la simpática camarera que nos metiese las sobras en una bolsa. Para que os hagáis una idea de la magnitud de los platos, los restos de esa cena fueron mi desayuno y la comida de mi padre y mía del día siguiente.

Mi padre, aunque no salga, estaba igual.

Tras el opíparo banquete regresamos al hotel sin mayor incidente que una enorme tromba de agua que nos pilló desprevenidos, ahorrándome la ducha que pensaba darme al llegar a la habitación.

16 de julio, por la mañana

Lo de la izquierda es un templo masónico!

Nos levantamos temprano, sentando lo que sería la norma de los siguientes días. Hicimos las maletas, las metimos en el coche y nos fuimos a dar una última vuelta por Filadelfia. Comenzamos deambulando por el City Hall, ayuntamiento de la ciudad. De estilo francés (a mí me recordó a la Estación de Canfranc) y con un enorme torreón algo desproporcionado para mi gusto dominaba Penn Square. Como curiosidad, fue el edificio más alto del mundo de 1901 a 1908. A continuación volvimos sobre nuestros pasos para visitar la Free Library of Philadelphia. Allí confirmamos definitivamente que los americanos tienen predilección por los edificios imponentes de corte clásico: las amplias salas de la biblioteca daban cabida a miles de volúmenes, y la gran escalinata central imponía silencio sin necesidad de cartel alguno. En el piso superior había una exposición sobre Dickens que contaba con numerosas primeras ediciones y cuadernos de notas del autor. Después de echar un vistazo a diversas reliquias decidimos que ya era hora de partir, por lo que nos montamos en el coche y abandonamos Philadelphia rumbo a Washington, nuestro siguiente destino.


jun 27 2012

Me nombran en la web del SAI de la Universidad de Zaragoza!

El de la izquierda no es Pepe, sino Abraham!

Hace unos días publicaron una entrada en la sección de noticias de la web del Servicio General de Apoyo a la Instrumentación de la Universidad de Zaragoza, comentando un poco por encima algunas de las cosas que hemos hecho Pepe y yo a lo largo de los últimos meses. La verdad es que me hace bastante ilusión aparecer en la web de la Uni ¡sin ni siquiera ser estudiante! (Porque, técnicamente, soy preuniversitario)

El artículo es el 2º de la lista en el momento en que escribo estas líneas, pero por si acaso lo rescato y lo pego aquí, para la posteridad:

Servicio General de “Futura” Investigación

Entre las muchas funciones que tiene el Servicio de Instrumentación Electrónica, posiblemente la menos conocida sea la labor social.
En este aspecto el servicio desarrolla dos tipos de tareas:
Por un lado colabora a título informativo mediante el desarrollo de charlas y presentaciones para los alumnos de enseñanza secundaria que participan en visitas a la facultad de Ciencias y en la Semana de inmersión en la Ciencia.
Y por otro lado, proporciona soporte técnico otorgando ciertos medios materiales que de otra manera sería imposible para los centros educativos.
En este segundo escenario cabe destacar el apoyo prestado al joven estudiante Juan Aguarón de Blas del colegio Cardenal Xavierre, que junto con el Dr. José Barquillas Pueyo  (académico de nuestra Facultad de Ciencias) han sido recientemente premiados con el primer premio en el “Hacklab CAT Arduino 2012“ y en el “XXV Premio Nacional Don Bosco“.
Los galardones han sido obtenidos gracias al desarrollo de un osciloscopio digital de muy bajo coste basado en un display gráfico LCD, muy adecuado para prácticas en ESO, bachillerato y Formación Profesional. Desde nuestro servicio queremos dar las más sinceras felicitaciones a esta joven promesa y al Dr. Barquillas por lo méritos obtenidos y animarles que sigan en la misma línea.

Primer premio del Hacklab CAT Arduino 2012 organizado por Libelium/Cooking Hacks, Arduino Academy y Milla Digital, con el patrocinio del Ayuntamiento de Zaragoza, del 11 al 15 de enero.
http://www.arduinoacademy.com/2012/01/19/news-academy-videos-y-fotos-del-hacklab-cat-arduino-2012/

Primer clasificado del XXV Premio Nacional Don Bosco a la Investigación Tecnológica, organizado por el Centro Salesianos de Zaragoza del 6 al 8 de marzo.
http://www.premiodonbosco.es/
http://www.arduinoacademy.com/2012/03/08/news-academy-juan-aguaron-1er-clasificado-en-el-premio-nacional-don-bosco-2012/
http://juan.aguarondeblas.es/2012/03/primer-puesto-en-el-xxv-premio-don-bosco.html
http://juan.aguarondeblas.es/category/ciencia/tecnologia/electronica

Juan Aguarón de Blas: Blog personal y Proyectos
http://juan.aguarondeblas.es/
http://proyectos.xavierre.com/osciloduino/
http://blog.bricogeek.com/noticias/arduino/osciloduino-un-osciloscopio-diy-con-arduino/
http://reprapped.wordpress.com/
http://www.bajaryoutube.com/user/SapientiaSapientium#p/u/4/lRtNFYKzGlI

Desde aquí les quiero dar las gracias por la publi que me hacen, que no se preocupen que les mantendré ocupados un tiempo! :D


jun 5 2012

“Es que eso no puedo explicároslo”

No se integró en la sociedad.

A una semana de la temida Selectividad todo alumno de 2º de Bachillerato que quiera dejar de serlo se empieza a poner nervioso ante la perspectiva de un buen concentrado de exámenes en apenas tres días. Y claro, como en todas las asignaturas entra todo el temario, toca repasar las tres evaluaciones. Lo cual es bastante pesado, pero en algunos casos te da una visión más general de la asignatura.

Hoy, sin ir más lejos, estábamos haciendo en clase de Física unos ejercicios de gravitación, lo típico para preparar el examen, cuando no sé cómo ha surgido el tema de que si las órbitas que describen los cuerpos celestes son elípticas no era lógico que en los problemas supusiésemos que son circulares. Ante eso, el profesor nos ha dicho que, efectivamente, se trata de una elipse, pero que el cálculo de esas trayectorias se eliminó del temario hace tiempo. Una ligera decepción para los que realmente teníamos curiosidad, pero nos ha comentado brevemente el tema y nos hemos quedado satisfechos. Sin embargo, un poco más tarde hemos pasado a la cuestión de los campos eléctricos y, como desde hace unos días ya sabemos integrar, hemos acabado hablando del Teorema de Gauss, que hace unos meses nos saltamos porque, por un lado, aún no sabíamos qué era una integral, y por otro, porque de nuevo es algo que no está en los planes de estudio. Y ni con esas, porque las herramientas matemáticas que son necesarias para trabajar con ese teorema ni siquiera aparecen mencionadas en el temario de 2º.

Contemplar cómo el nivel de asignaturas tan importantes para los futuros científicos o ingenieros como la Física y las Matemáticas no hace más que bajar es desolador. Y si al menos estuviesen ambos niveles compensados, pues no se notaría tanto la diferencia. Pero es que ya desde el curso pasado he necesitado conocimientos sobre cálculo diferencial e integral para poder comprender correctamente ciertos temas, y es bastante inconsecuente que esto se vea en un curso superior cuando hace poco más de 20 años se daba en 3º de BUP (el 1º de Bachillerato actual).

Quiero creer que la formación perdida durante los años de Educación Secundaria se acaba recuperando en la Universidad, pero personalmente preferiría que el puente por el que cruzo el Ebro estuviese diseñado por alguien que tenga una base técnica lo suficientemente sólida. Aunque si la respuesta oficial ante cualquier pregunta que se aleje del temario es “Es que eso no puedo explicároslo”, no sé yo si en unos años no haría mejor construyendo mi propia barca cuando quiera llegar a la otra orilla.


abr 1 2012

Mi primera aparición en la radio

Gente de Aragón, a las 19:00 en Onda Cero

Aunque, técnicamente, se trate de la segunda ya que la semana anterior mantuve una breve conversación telefónica en directo con un presentador de Cadena SER. Pero sí, el jueves 15 fui con una profesora responsable del Premio Don Bosco y dos chicas de Salesianos que también habían ganado en su categoría a la sede de Onda Cero para ser entrevistado sobre el Osciloduino, mi peculiar caja de puros.

Me sorprendió mucho que el estudio de grabación se pareciese más a una sala de reuniones que a otra cosa: un par de televisores, butacas cómodas, todo el mundo sentado en círculo… sólo que con un señor micrófono delante de cada uno. El cuarto de hora de gloria fue bastante distendido: a pesar de los nervios de rigor no fue especialmente difícil, ya que la presentadora invitaba a la conversación. De hecho, en algún momento creo que me pasé de hablar, pero como nadie parecía estar entendiendo de lo que hablaba corté pronto. En fin, sin más dilación os dejo con el programa completo:

La entrevista empieza en 4:35, pero la parte interesante (es decir, la mía) es a partir del minuto 8:39. El extracto completo lo podéis encontrar aquí.