ene 16 2010

La llegada del más allá (II)

Y ya termino. De paso, lo pongo en pdf:

Un buen día, varios años después del séptimo cumpleaños de Euley estaban los dos viendo la televisión, cuando apareció un anuncio que le llamó mucho la atención a la chica. En él, aparecían unas gafas de tamaño normal con las que, según decían, se podía entrar en tantos mundos de realidad virtual como se quisiera. Con ellas se podían experimentar nuevas sensaciones, y ver cosas que antes sólo se podían soñar. Rasmic no le hizo mucho caso, pero Euley siguió pensando sobre el tema durante un buen tiempo. Algunos días después, Rasmic se encontraba comiendo un cuenco de cacahuetes mientras leía un libro. En cuanto llegó Euley del colegio, éste fue a recibirla, pero ella pasó de largo, como si no la hubiese visto. El mono la llamó, y entonces Euley, llevándose las manos a la cabeza, exclamó:

—Lo siento, Rasmic. No te había visto. Mira lo que me he comprado: las gafas de la tele. Son increíbles, ya he estado en un montón de sitios: en el desierto, en las ruinas de la torre Eiffel… Además, pueden venir conmigo mis amigos –Exclamó, orgullosa—. Bueno, he quedado en un rato en la Enterprise. Si quieres, mientras puedes leer un rato.

Rasmic, reacio, acabó por ceder. Pensando que aquello sólo sería una nueva moda, que al cabo de un tiempo desaparecería, lo dejó pasar. Lamentablemente, cada día Euley le hacía menos caso, y ya raras eran las noches en las que quería que le leyese un cuento. Cada día había más anuncios de las gafas, y más gente absorta en sus mundos virtuales.

Mientras tanto, a millones de unidades de algo que todavía no existía, en el universo paralelo del que venía Rasmic, un grupo de criaturas autóctonas estaba dando los últimos retoques a una máquina que habían construido a partir de unos planos que, misteriosamente, habían aparecido de la nada unos años atrás. Finalmente, la encendieron y apareció una esfera brillante, con colores cambiantes, en el centro de la sala. Una de las criaturas tocó la bola de luz, y desapareció.

En la Tierra, en un parque que nosotros ya conocemos, apareció un insecto hexápodo, de unos tres metros de altura. Sus extremidades eran afiladas, y todo su cuerpo presentaba un color negro brillante. En cuanto sus ojos se acostumbraron a la luz del Sol, más fuerte que la de su planeta natal, vio que a su alrededor se encontraban varias criaturas rosadas con una envoltura muy nutritiva. Hambriento, se lanzó a por ellas. Sus pesados esqueletos les impedían moverse con rapidez, y en unos pocos minutos ya sólo quedaban unos fragmentos blancos, más duros que el resto. Al cabo de un rato, aparecieron más criaturas extraterrestres en el parquecillo.

Unos días más tarde, tras un pequeño revuelo causado por las muertes de algunas personas en un parque, todo el mundo volvía a estar tranquilo, inmerso en los mundos que tenían a medio centímetro de sus ojos. Rasmic, ignorado por Euley, llevaba unos días preocupado. La mayoría de las capacidades telepáticas de su anterior cuerpo las había perdido, pero con el cerebro que tenía en su cuerpo de mono podía oír ecos que, a veces, creía entender. Llegó un momento en el que el murmullo fue tan claro que pudo comprender lo que decían las voces. Pero no podía ser, él era el único de su especie en aquel planeta. ¿O no? Intrigado, escuchó los sonidos que pasaban por su cabeza: hablaban de destrucción, de conquista y de millones de criaturas negras que poblarían aquel universo hasta rebosar. De repente, se hizo la luz en su mente: los más odiados de su pueblo, un colectivo demasiado grande, siempre habían querido invadir los planetas cercanos de su sistema planetario. Sin embargo, la mayoría se oponía a ello, ya que eso representaba dejar sin modo de supervivencia para las razas de cada planeta. Al parecer, habían logrado acceder a este planeta como lo hizo él mismo, lo cual indicaba un riesgo increíblemente grande para Euley, y para el resto de su especie, en general. Asustado, se lo explicó todo a su amiga, pero ésta, tomándolo como un cuento más, no le hizo caso, y se volvió a sumergir en sus realidades ficticias.

Al ver que, por más que insistía, Euley pasaba de él, decidió enviar un correo a los diferentes dirigentes de la Tierra en nombre de un ciudadano anónimo. En el texto, alertaba de todo lo relativo a las criaturas que venían del otro planeta, pero la única respuesta que recibió fue “Mensaje devuelto por spam”. Impotente, ya que no podía hacer nada para convencer a la gente del enorme riesgo que corrían, ni para encontrar a sus malignos semejantes, se resignó a esperar.

Mientras, en una cueva en lo más profundo de una montaña, otra esfera luminosa acababa de ser creada. Casi instantáneamente, legiones enteras de artrópodos negros emergieron de la luz.

Veinticuatro horas más tarde, y sin que nadie hiciese nada por evitarlo, desapareció lo que hoy en día llamaríamos Italia. Y, lo más sorprendente de todo, era que nadie lo sabía. Todo el mundo, ajeno a lo que ocurría a su alrededor, ignoraba por completo que, día tras día, desparecían ciudades enteras.

Finalmente, las criaturas llegaron a la ciudad de Euley. En cuanto Rasmic vio aparecer una bola de luz justo debajo de su ventana, corrió a sacar a Euley de su estado de aletargamiento, envuelta en una manta. Sin embargo, por más que le suplicaba que se levantase, ésta le ignoraba por completo. Tras mucho insistir, acabó por quitarse las gafas, mirando enfadada a Rasmic:

—A ver, estoy muy ocupada. Si te aburres, ve a ver la tele un rato, pero a mí déjame en paz. Ya me tienes harta.

—Pero es por tu propio bien –dijo Rasmic, dolido—. Estás a punto de morir, y no te importa. Me marcho, no me apetece ver cómo eres reducida a polvo por seres del más allá.

—Haz lo que quieras. —dijo Euley— Eres libre. Tus historias ya no me importan—dijo, volviendo a ponerse las gafas.

—Te lo advertí, pero ni tú ni nadie de este planeta me hizo caso. Aunque, en el fondo, sabía que este momento acabaría llegando. Hasta nunca. Antes, te habría deseado buena suerte, pero, ahora, sólo puedo decirte que ojalá tu vida acabe pronto.— Y, diciendo esto, tocó la luz que lo engullía todo, desapareciendo.

-FIN-


ene 14 2010

La llegada del más allá (I)

Sé que estos días no he escrito mucho (de hecho, nada), pero la vuelta al curso ha ido bastante liada. Estos días he hecho un poco de todo, incluso instalar Ubuntu en un ordenador (y arreglar otro, por cierto). Para Lengua, por un motivo indefinido, me mandaron escribir un relato corto (con la característica de que debía empezar por “Haz lo que quieras. Eres libre. Tus historias ya no me importan“), así que, como con todos los trabajos creativos, lo pongo aquí (por partes, para que no sea tan pesado:


—Haz lo que quieras. —dijo Euley— Eres libre. Tus historias ya no me importan—dijo, volviendo a ponerse las gafas.

—Te lo advertí, pero ni tú ni nadie de este planeta me hizo caso. Aunque, en el fondo, sabía que este momento acabaría llegando. Hasta nunca. Antes, te habría deseado buena suerte, pero, ahora, sólo puedo decirte que ojalá tu vida acabe pronto.— Y, diciendo esto, tocó la luz que lo engullía todo, desapareciendo.

Y así es como se despidió Rasmic de la Tierra, abandonándola a su suerte. Aunque poco podía hacer él, pues era uno contra millones.

Pero contemos las cosas en orden. Para empezar, deberíais saber que, en el año 2055, la vida en la Tierra era sosegada y tranquila. No había pobreza, ni guerras entre países (principalmente, porque no había países), ni peligros de ningún tipo. Un buen día, un equipo de científicos ideó un artefacto que, en teoría, permitiría crear un túnel entre universos paralelos. Tras años de esfuerzo y dedicación, consiguieron construir la máquina. La conectaron al equivalente de la Tierra del otro universo, pero, al parecer, no funcionó. Los científicos, desanimados, abandonaron el proyecto, y no se volvió a saber más del asunto.

A pesar de que creían haber fracasado, en realidad habían logrado crear un minúsculo túnel entre los dos planetas. En el otro mundo, al mismo tiempo, una criatura que hoy diríamos que se asemeja a un chamán indio con seis extremidades estaba a punto de dar caza a algo similar a un mono. Repentinamente, y aparentemente sin motivo alguno, ambos desaparecieron.

Por algún error técnico, durante el camino el cuerpo del mono se fusionó con la conciencia del chamán, resultando de ello un único ser. Además, debido al movimiento de la Tierra en el espacio, no reaparecieron en el mismo lugar en que se encontraba la máquina, sino en un parque infantil bañado por la luz de la luna. Desorientado, el chamán con su nuevo cuerpo intentó pensar qué había ocurrido, decidiendo que lo a lo mejor era todo un sueño, y que si se despertase todo volvería a la normalidad. Buscó por los alrededores, y encontró un seto en el que se resguardó para pasar su primera noche en el planeta Tierra.

Tras algunas horas de sueño, Rasmic (que así se llamaba el chamán) se despertó sobresaltado. No sabía por qué, pero algo iba mal. De repente, sintió un dolor localizado en su cuello, y apenas pudo ver una fina aguja hundiéndose en su piel.

Al día siguiente, ajena a una buena parte del mundo que le rodeaba, una niña de siete años iba con su madre a buscar un regalo sorpresa, ya que era su cumpleaños. Su madre le había dicho que le iba a gustar mucho, y la pequeña seguía emocionada a su madre. Al poco tiempo, se detuvieron y entraron en una tienda (aunque Euley no lo sabía, en realidad se trataba del lugar al que iban a parar todos los animales abandonados). La niña se quedó sorprendida al ver tal cantidad de animales encerrados en apretadas jaulas (y sospechosamente tranquilos, pero la niña no se dio cuenta). La madre le dijo:

—Euley, puedes coger un sólo animal de todos los que hay en la tienda. Elígelo bien.

Tras mucho pensar, acabó eligiendo un bonito mono de pelaje castaño que dormía plácidamente.

Al llegar a casa, Euley adecentó un rincón de la terraza para que Trufa (así llamó la niña al mono) pudiese vivir tranquilamente. Durante varios meses, ella cuidó del simio sin preocuparse por nada más. Pero su sorpresa fue mayúscula cuando, un buen día, el simio le dijo:

—Hola. Me llamo Rasmic. Sé que llevas un buen tiempo cuidándome, y de hecho, enseñándome a hablar, pero yo no sé por qué estoy aquí. Por algún extraño motivo aparecí aquí, encarnándome en el cuerpo de un mono al que yo pretendía dar caza. Según tengo entendido por lo que he oído, aquí sólo podéis hablar vosotros los humanos. Sin embargo, yo también puedo, y de hecho conozco un montón de cuentos. Si quieres, podrías enseñarme más acerca de este extraño mundo, y yo podría contarte muchísimas historias de mi planeta.

Euley, al principio incrédula, pensó que se trataba de una broma, ya que los monos no podían hablar, pero conforme fue pasando el tiempo y éste seguía hablando y contándole historias, se dio cuenta de que su mascota era algo único. Poco a poco, fue trabando amistad con el macaco, hasta hacerse inseparables. Por las tardes, después del colegio, Euley enseñaba diversos juegos a Rasmic, y por las noches éste le contaba historias a ella. Así, día tras día, aumentaba su amistad.

Continuará…


ene 9 2010

Ajo+Don Simón y Telephunken: soy normal

El otro día estaba mi padre zapeando cuando me llamó para que viese una cosa que estaban echando por la tele.

Era un programa llamado Radio 3, en el que, al parecer, sacan a grupos de habla hispana con renombre. Sin embargo, la banda que estaba tocando en ese momento dudo mucho que tuviese algún renombre. Se llamaba “Ajo + Don Simón y Telephunken”, e interpretaban la canción “Qué bonito sería el invierno si no existiese la Navidad”. El vídeo lo dice todo:

Para más… ¿excentricidad? está el micropoema del final. No tiene desperdicio (por cierto, perdón por la mala calidad del vídeo. Podéis verlo con mayor calidad aquí, en el minuto 17).


ene 6 2010

Hambre en el mundo

Hoy, día de Reyes, estábamos comiendo en casa de mis abuelos. Ya en la sobremesa, la conversación ha ido a parar al tema de los pobres, y de Cáritas, etc… Pues bien, ha habido una respuesta ingeniosa-irreverente de mi tío:

Abuela: Paco, ¿y tú no donas dinero para que los pobres puedan comer?

Paco: No. Yo como por ellos.


ene 6 2010

Los regalos de Reyes

Como cada año (y esperemos que siga así), hoy al despertar estaba la mesa del salón llena de regalos. Este año, los Reyes se han portado muy bien, pues me han traído casi todo lo que quería:

  • La luz fantástica, de Terry Pratchett
  • Ritos iguales, de Terry Pratchett
  • Pirómides, de Terry Pratchett
  • ¡Guardias! ¡Guardias!, de Terry Pratchett
  • Mort, de Terry Pratchett
  • Grimpow y la bruja de la estirpe, de Rafael Ábalos.
  • Sangre de Tinta, de Cornelia Funke
  • Los Grope, de Tom Sharpe
  • Un neceser
  • Unos guantes
  • Una almohada para el Camino de Santiago
  • Un reloj Casio
  • Dinero
Se ve que los Reyes querían que leyese, porque con lo que me han traído tengo para rato :-D
Y a vosotros, ¿qué os han traído? En respuesta a la pregunta que hace Rafalillo, no, no me han traído carbón. ¡De momento, llevo 15 de 16 años sin recibirlo!

ene 4 2010

Gatocura (alias "Mosén Gato")

Gracias a los anuncios de Mixta, ahora todo el mundo conoce los maneki neko, los gatos de la suerte orientales. Generalmente, por aquí sólo se ven los dorados, que teóricamente atraen la buena suerte en los negocios. Pero también los hay de varios colores, cada uno con una función diferente, aunque para lo que yo quería hacer poco me importaba el color.

La primera vez que vi un maneki fue en el juego Animal Crossing, y lo primero que pensé fue “¿Qué pinta un cura aquí?”. Luego me di cuenta de que no era un eclesiástico bendiciendo, sino un gato saludando. Y de ahí me ha surgido esta idea, un poco irreverente tal vez, pero muy divertida:
  1. Comprar un maneki. El mío es de un chino, me costó 3.60€
    1. Desmontar el brazo móvil del gato. El mecanismo que emplea el mío es muy curioso: en la base del gato hay un pequeño circuito que enciende y apaga alternativamente un inductor o electroimán. Una vez desmontado, se puede ver que el brazo del gato, en el otro extremo, cuenta con un péndulo. En la parte inferior del péndulo hay un imán, que es atraído y repelido una y otra vez por el electroimán, lo que provoca que, si se ha hecho balancear el brazo, el movimiento se prolongue tanto como dure la pila.

    2. Preparar la “receta universal Art Attack”: mezclar una parte de agua con otra de cola blanca. Recortar trozos (no importa que sean irregulares) de una hoja de periódico.
    3. Con ayuda de un pincel (yo tuve que utilizar un folio doblado porque no tenía), pegar el papel de periódico al gato, de forma que quede completamente empapado. Si en algunas zonas se ve que una sola capa de papel no es suficiente, no está de más poner otra. Además, para simular los dos dedos extendidos, puse un trozo de papel doblado en la mano.

    4. Una vez seco (después de 12 horas), pintarlo con pintura acrílica (yo he comprado un bote de “La Pajarita” de color carne, y un set de 5 tubitos de Carioca por unos 4€). Primero he pintado la sotana, las manos y la cara. Después, he añadido detalles, como el alzacuellos, los botones o los ojos, y, finalmente, le he pintado los ojos, el pelo y la boca.

    5. Debido al peso del papel con pegamento con que hemos cargado el brazo, éste apenas se mueve, algo que he solucionado poniendo un par de imanes de DVD en el imán del péndulo. Así, la atracción/repulsión es mayor, y el ángulo de giro es mucho mayor. Después, lo he metido todo en su sitio y lo he pegado.

    6. Iba con la idea de ponerle un solideo, pero por culpa de las orejas no he podido. He intentado cortarlas, pero al estar hecho de metal (!) la cosa se hacía harto complicada. Así que he hecho una plantilla con Photoshop, y le he puesto un sombrero la mar de majo:

    Dudas, sugerencias, comentarios sobre mi cordura…