Ayer fuimos Alfonso y yo a la entrega de premios del concurso de Educared (Fundación Telefónica) A Navegar 10.
Salí con mis padres de casa a las 7:30 para ir a la estación de tren, ya que Telefónica nos pagaba el viaje. Allí nos juntamos con Alfonso y su familia y con Abraham. Lamentablemente, Pepe no pudo venir.
A las 8:05 salió el tren, y a las 9:35 llegamos a la estación de Atocha, donde estuvimos viendo las tortugas en el jardincillo que había para hacer tiempo hasta las 10, cuando llegó el otro tren con más premiados.
De allí cogimos un autobús que nos llevó al polígono “La Moraleja”, donde Telefónica tiene su sede, Distrito C. Es un complejo enorme de 14 edificios con centro de salud, centro comercial, lago… Nosotros nos quedamos en el salón de actos, aunque casi no entramos, ya que había un grupo de animadores de esos que entran ganas de huir para que no te cojan y seas famoso delante de todos. Por suerte, nos dieron vales de comida para el restaurante.
Una vez estuvimos sentadas las 316 personas empezó el acto. Después de una presentación, comenzó la entrega de premios. Fue como siempre: empezó todo el mundo aplaudiendo mucho, y al final sólo se oían dos o tres palmadas por persona.
Conforme se iba acercando nuestro turno nos poníamos más nerviosos, aunque se hizo más llevadero por un espectáculo de láser increíble. Desde que entramos en la sala habían estado fumigándonos con el gas de las discotecas (aunque he estado buscando, no he encontrado cómo se llama anhídrido carbónico en sublimación, también llamado Megatrón), y todos nos preguntábamos qué sería, pero cuando se apagaron las luces y se encendió una línea de color verde lo entendí.
Sincronizados con una canción que combinaba varios estilos de música fueron proyectando haces de luz que creaban formas en el aire. Fue increíble:
Cuando terminó casi era nuestro turno. Cuando nos llamaron fuimos a la tarima, donde recibimos los premios y los diplomas y nos colocamos para que nos hicieran las fotos y el presentador dijese lo que tuviese que decir sobre nuestra página web (que no sé lo que era, ya que tenía detrás a un técnico poniendo bien un fluorescente de luz negra que me daba golpecitos, y estaba demasiado nervioso como para escuchar. De hecho, tampoco Abraham ni Alfonso se enteraron). Miramos a la cámara, esperamos a que terminasen con los del primer premio (ya que nosotros ganamos el tercero, aunque no debería ser así).
Una vez en nuestros sitios abrimos la bolsa: nosotros teníamos sendos MP4 (como el que está a la izquierda, en cuanto lo domine haré un resumen), y Abraham un bolígrafo que guarda lo que se ha escrito en JPG.
Después de la ceremonia nos dieron una camiseta de color verde con el logo de Telefónica y nos hicieron ponérnosla para hacer las fotos de rigor junto al lago. De allí fuimos al restaurante Ciao!, el autoservicio del complejo. Alfonso y yo cogimos ración doble de primero, segundo y postre. Al llegar a la caja, la cajera nos miró con cara rara y dijo “Chicos, creo que ahí tenéis demasiada comida” . Entonces yo me metí la mano en el bolsillo y saqué agitando un fajo de vales de comida (que nuestros padres nos habían dado, ya que fueron a comer al centro de Madrid). La chica los miró y dijo “Ah, eso es otra cosa”. Y nos dejó pasar.
Comimos con unos profesores amigos de Abraham y su grupo. Después de estar un rato hablando de música salimos fuera, ya que nos tenían que distribuir en autobuses para ir al aeropuerto, al centro…
A nosotros nos llevaron a la estación de Atocha, pero como sólo eran las 15:20, y nuestro tren salía a las 19:05, nos fuimos a la puerta del Sol a ver a nuestras familias.
Por primera vez, yo crucé la acera de la estación. A excepción de una visita relámpago a la plaza Mayor, nunca había pasado de la estación de Atocha o del aeropuerto en Madrid.
Una vez allí, Abraham y dos profesoras de Zaragoza que él conocía se fueron a un bar con nuestros padres,mientras Alfonso y yo íbamos a Fnac, donde dejé mi blog abierto en 5 iMacs (uno de pantalla de 27 pulgadas).
De allí ya fuimos a la estación de Atocha, donde esperamos en la sala VIP, ya que los padres de Alfonso nos dejaron sus entradas. Después de tomar un chocolate y llevarnos unos cuantos polvorones en los bolsillos fuimos al andén, y de ahí a Zaragoza.
¡Hasta el año que viene, Madrid!