feb 12 2010

Sueño

Hacía tiempo que no soñaba algo tan raro. Ya me imagino la cara de algún astrólogo si se lo contase…

Mi amigo Alfonso y yo hemos ganado de nuevo el concurso A Navegar. Estamos en el patio del colegio. De repente, se oye un ruido de rotor, y vemos aparecer un helicóptero, que va a aterrizar en medio del patio (con una gran H blanca dentro de un círculo). Los niños huyen despavoridos. Sin embargo, hay una volada de viento y el helicóptero sale despedido contra un muro. El conductor está colgando de una valla, asido con las manos, a unos 12 metros de altura por el lado de la calle.
Corro a salvarle, y cuando llego, tendiéndole la mano, él grita “¡La vida es muy cruel!”, y salta al vacío, dejando un gran charco de sangre en el suelo.
Yo vuelvo al centro del patio, a esperar a que nos vengan a buscar. A los pocos segundos, aparece un zeppelin, pero cuando se acerca se oye por los potentes altavoces una voz cavernosa “Han muerto todos. Nos vamos”, mientras nosotros hacíamos aspavientos para indicar que estábamos vivos, y que volviesen.
Desanimados, fuimos al hall del colegio, donde estaba el director. Le dijimos que un helicóptero se había empotrado en el muro del patio, pero él nos respondió “No os preocupéis”. Y nos dijo que pasásemos a una habitación (que, en realidad, no existe en mi colegio. Todo era igual en el sueño, excepto por esa habitación), en la que había unas termas y una biblioteca. Yo cogí un libro, y me puse a leer.


feb 9 2010

Captcha

Supongo que este momento tenía que llegar: desde hace un par de semanas, el blog ha recibido bastantes comentarios con enlaces a farmacéuticas, y no me apetece demasiado tenerlos por ahí, así que he puesto confirmación por captcha al comentar.


feb 1 2010

Puente en Jaca

El jueves por la tarde, aprovechando que había puente, fuimos a Jaca a la casa de los Sánchez con intención de esquiar. Llegamos un poco tarde, pero a mesa puesta. Estuvimos un rato por casa, y nos fuimos pronto a dormir.

Al día siguiente, viernes, nos levantamos temprano (para ser fiesta) y nos pusimos la ropa de esquí. Fuimos a Astún, aunque mi hermano se encontraba mal y no pudo esquiar, por lo que se quedó con mi padre. El tiempo no era muy bueno, estuvo nevando todo el día, aunque pudimos esquiar bastante bien (yo, por tercera vez en mi vida). Recuperé la técnica (si es que he llegado a tener alguna vez), y a eso de las cuatro de la tarde, tras unas cuantas caídas, puede que por hipoglucemia, según mi madre, me empecé a marear. De todas maneras, ya estábamos a punto de irnos.
Nada más devolver todos los esquís, botas y bastones la nieve comenzó a arreciar. Caían copones como los de la ONCE. Así que paramos en Candanchú (mi profesor de inglés me contó el curioso origen de la palabra: los franceses llamaban a esta zona Camp d’Anjou, y los aragoneses acabaron deformándolo a Candanchú) a comer plato combinado de esquiador, y volvimos a Jaca, ya con mi padre y mi hermano.
El sábado por la mañana nos levantamos con las noticias de que había nevado mucho, puede que demasiado. Aun con todo, fuimos a Candanchú preparados para esquiar, pero con la nevada que estaba cayendo no nos apetecía mucho esquiar, así que alquilamos un par de trineos (hace exactamente dos años estaba haciendo lo mismo, qué curioso) y nos pusimos a bajar una loma. En una ocasión, estaba desafiando a mi hermano a una carrera, y, lógicamente, no iba a parar. Por suerte, lo hizo por mí el gran muro de hielo que había al final de la pista que, además de frenarme, lanzó mi trineo a más de dos metros de distancia, y a mí me elevó más de medio metro. Todavía me duele la rabadilla…
Por la tarde fuimos al Palacio de Hielo de Jaca a patinar sobre hielo. Yo, que nunca había patinado (ni siquiera con ruedas), estuve la primera media hora aterrado agarrado a la barandilla. Por suerte, entre todos consiguieron enseñarme un poco, y al final ya pude avanzar cogiendo algo de velocidad (la suficiente como para dejar de estar quieto, que tampoco es mucha).
Ayer, domingo, fuimos por la mañana a esquiar a Candanchú, donde pasamos la mañana. Y por la tarde, a eso de las 19:00, nos volvimos a Zaragoza.
Y ahora, a mí me toca estudiar, que se acercan los exámenes…

ene 16 2010

La llegada del más allá (II)

Y ya termino. De paso, lo pongo en pdf:

Un buen día, varios años después del séptimo cumpleaños de Euley estaban los dos viendo la televisión, cuando apareció un anuncio que le llamó mucho la atención a la chica. En él, aparecían unas gafas de tamaño normal con las que, según decían, se podía entrar en tantos mundos de realidad virtual como se quisiera. Con ellas se podían experimentar nuevas sensaciones, y ver cosas que antes sólo se podían soñar. Rasmic no le hizo mucho caso, pero Euley siguió pensando sobre el tema durante un buen tiempo. Algunos días después, Rasmic se encontraba comiendo un cuenco de cacahuetes mientras leía un libro. En cuanto llegó Euley del colegio, éste fue a recibirla, pero ella pasó de largo, como si no la hubiese visto. El mono la llamó, y entonces Euley, llevándose las manos a la cabeza, exclamó:

—Lo siento, Rasmic. No te había visto. Mira lo que me he comprado: las gafas de la tele. Son increíbles, ya he estado en un montón de sitios: en el desierto, en las ruinas de la torre Eiffel… Además, pueden venir conmigo mis amigos –Exclamó, orgullosa—. Bueno, he quedado en un rato en la Enterprise. Si quieres, mientras puedes leer un rato.

Rasmic, reacio, acabó por ceder. Pensando que aquello sólo sería una nueva moda, que al cabo de un tiempo desaparecería, lo dejó pasar. Lamentablemente, cada día Euley le hacía menos caso, y ya raras eran las noches en las que quería que le leyese un cuento. Cada día había más anuncios de las gafas, y más gente absorta en sus mundos virtuales.

Mientras tanto, a millones de unidades de algo que todavía no existía, en el universo paralelo del que venía Rasmic, un grupo de criaturas autóctonas estaba dando los últimos retoques a una máquina que habían construido a partir de unos planos que, misteriosamente, habían aparecido de la nada unos años atrás. Finalmente, la encendieron y apareció una esfera brillante, con colores cambiantes, en el centro de la sala. Una de las criaturas tocó la bola de luz, y desapareció.

En la Tierra, en un parque que nosotros ya conocemos, apareció un insecto hexápodo, de unos tres metros de altura. Sus extremidades eran afiladas, y todo su cuerpo presentaba un color negro brillante. En cuanto sus ojos se acostumbraron a la luz del Sol, más fuerte que la de su planeta natal, vio que a su alrededor se encontraban varias criaturas rosadas con una envoltura muy nutritiva. Hambriento, se lanzó a por ellas. Sus pesados esqueletos les impedían moverse con rapidez, y en unos pocos minutos ya sólo quedaban unos fragmentos blancos, más duros que el resto. Al cabo de un rato, aparecieron más criaturas extraterrestres en el parquecillo.

Unos días más tarde, tras un pequeño revuelo causado por las muertes de algunas personas en un parque, todo el mundo volvía a estar tranquilo, inmerso en los mundos que tenían a medio centímetro de sus ojos. Rasmic, ignorado por Euley, llevaba unos días preocupado. La mayoría de las capacidades telepáticas de su anterior cuerpo las había perdido, pero con el cerebro que tenía en su cuerpo de mono podía oír ecos que, a veces, creía entender. Llegó un momento en el que el murmullo fue tan claro que pudo comprender lo que decían las voces. Pero no podía ser, él era el único de su especie en aquel planeta. ¿O no? Intrigado, escuchó los sonidos que pasaban por su cabeza: hablaban de destrucción, de conquista y de millones de criaturas negras que poblarían aquel universo hasta rebosar. De repente, se hizo la luz en su mente: los más odiados de su pueblo, un colectivo demasiado grande, siempre habían querido invadir los planetas cercanos de su sistema planetario. Sin embargo, la mayoría se oponía a ello, ya que eso representaba dejar sin modo de supervivencia para las razas de cada planeta. Al parecer, habían logrado acceder a este planeta como lo hizo él mismo, lo cual indicaba un riesgo increíblemente grande para Euley, y para el resto de su especie, en general. Asustado, se lo explicó todo a su amiga, pero ésta, tomándolo como un cuento más, no le hizo caso, y se volvió a sumergir en sus realidades ficticias.

Al ver que, por más que insistía, Euley pasaba de él, decidió enviar un correo a los diferentes dirigentes de la Tierra en nombre de un ciudadano anónimo. En el texto, alertaba de todo lo relativo a las criaturas que venían del otro planeta, pero la única respuesta que recibió fue “Mensaje devuelto por spam”. Impotente, ya que no podía hacer nada para convencer a la gente del enorme riesgo que corrían, ni para encontrar a sus malignos semejantes, se resignó a esperar.

Mientras, en una cueva en lo más profundo de una montaña, otra esfera luminosa acababa de ser creada. Casi instantáneamente, legiones enteras de artrópodos negros emergieron de la luz.

Veinticuatro horas más tarde, y sin que nadie hiciese nada por evitarlo, desapareció lo que hoy en día llamaríamos Italia. Y, lo más sorprendente de todo, era que nadie lo sabía. Todo el mundo, ajeno a lo que ocurría a su alrededor, ignoraba por completo que, día tras día, desparecían ciudades enteras.

Finalmente, las criaturas llegaron a la ciudad de Euley. En cuanto Rasmic vio aparecer una bola de luz justo debajo de su ventana, corrió a sacar a Euley de su estado de aletargamiento, envuelta en una manta. Sin embargo, por más que le suplicaba que se levantase, ésta le ignoraba por completo. Tras mucho insistir, acabó por quitarse las gafas, mirando enfadada a Rasmic:

—A ver, estoy muy ocupada. Si te aburres, ve a ver la tele un rato, pero a mí déjame en paz. Ya me tienes harta.

—Pero es por tu propio bien –dijo Rasmic, dolido—. Estás a punto de morir, y no te importa. Me marcho, no me apetece ver cómo eres reducida a polvo por seres del más allá.

—Haz lo que quieras. —dijo Euley— Eres libre. Tus historias ya no me importan—dijo, volviendo a ponerse las gafas.

—Te lo advertí, pero ni tú ni nadie de este planeta me hizo caso. Aunque, en el fondo, sabía que este momento acabaría llegando. Hasta nunca. Antes, te habría deseado buena suerte, pero, ahora, sólo puedo decirte que ojalá tu vida acabe pronto.— Y, diciendo esto, tocó la luz que lo engullía todo, desapareciendo.

-FIN-


ene 14 2010

La llegada del más allá (I)

Sé que estos días no he escrito mucho (de hecho, nada), pero la vuelta al curso ha ido bastante liada. Estos días he hecho un poco de todo, incluso instalar Ubuntu en un ordenador (y arreglar otro, por cierto). Para Lengua, por un motivo indefinido, me mandaron escribir un relato corto (con la característica de que debía empezar por “Haz lo que quieras. Eres libre. Tus historias ya no me importan“), así que, como con todos los trabajos creativos, lo pongo aquí (por partes, para que no sea tan pesado:


—Haz lo que quieras. —dijo Euley— Eres libre. Tus historias ya no me importan—dijo, volviendo a ponerse las gafas.

—Te lo advertí, pero ni tú ni nadie de este planeta me hizo caso. Aunque, en el fondo, sabía que este momento acabaría llegando. Hasta nunca. Antes, te habría deseado buena suerte, pero, ahora, sólo puedo decirte que ojalá tu vida acabe pronto.— Y, diciendo esto, tocó la luz que lo engullía todo, desapareciendo.

Y así es como se despidió Rasmic de la Tierra, abandonándola a su suerte. Aunque poco podía hacer él, pues era uno contra millones.

Pero contemos las cosas en orden. Para empezar, deberíais saber que, en el año 2055, la vida en la Tierra era sosegada y tranquila. No había pobreza, ni guerras entre países (principalmente, porque no había países), ni peligros de ningún tipo. Un buen día, un equipo de científicos ideó un artefacto que, en teoría, permitiría crear un túnel entre universos paralelos. Tras años de esfuerzo y dedicación, consiguieron construir la máquina. La conectaron al equivalente de la Tierra del otro universo, pero, al parecer, no funcionó. Los científicos, desanimados, abandonaron el proyecto, y no se volvió a saber más del asunto.

A pesar de que creían haber fracasado, en realidad habían logrado crear un minúsculo túnel entre los dos planetas. En el otro mundo, al mismo tiempo, una criatura que hoy diríamos que se asemeja a un chamán indio con seis extremidades estaba a punto de dar caza a algo similar a un mono. Repentinamente, y aparentemente sin motivo alguno, ambos desaparecieron.

Por algún error técnico, durante el camino el cuerpo del mono se fusionó con la conciencia del chamán, resultando de ello un único ser. Además, debido al movimiento de la Tierra en el espacio, no reaparecieron en el mismo lugar en que se encontraba la máquina, sino en un parque infantil bañado por la luz de la luna. Desorientado, el chamán con su nuevo cuerpo intentó pensar qué había ocurrido, decidiendo que lo a lo mejor era todo un sueño, y que si se despertase todo volvería a la normalidad. Buscó por los alrededores, y encontró un seto en el que se resguardó para pasar su primera noche en el planeta Tierra.

Tras algunas horas de sueño, Rasmic (que así se llamaba el chamán) se despertó sobresaltado. No sabía por qué, pero algo iba mal. De repente, sintió un dolor localizado en su cuello, y apenas pudo ver una fina aguja hundiéndose en su piel.

Al día siguiente, ajena a una buena parte del mundo que le rodeaba, una niña de siete años iba con su madre a buscar un regalo sorpresa, ya que era su cumpleaños. Su madre le había dicho que le iba a gustar mucho, y la pequeña seguía emocionada a su madre. Al poco tiempo, se detuvieron y entraron en una tienda (aunque Euley no lo sabía, en realidad se trataba del lugar al que iban a parar todos los animales abandonados). La niña se quedó sorprendida al ver tal cantidad de animales encerrados en apretadas jaulas (y sospechosamente tranquilos, pero la niña no se dio cuenta). La madre le dijo:

—Euley, puedes coger un sólo animal de todos los que hay en la tienda. Elígelo bien.

Tras mucho pensar, acabó eligiendo un bonito mono de pelaje castaño que dormía plácidamente.

Al llegar a casa, Euley adecentó un rincón de la terraza para que Trufa (así llamó la niña al mono) pudiese vivir tranquilamente. Durante varios meses, ella cuidó del simio sin preocuparse por nada más. Pero su sorpresa fue mayúscula cuando, un buen día, el simio le dijo:

—Hola. Me llamo Rasmic. Sé que llevas un buen tiempo cuidándome, y de hecho, enseñándome a hablar, pero yo no sé por qué estoy aquí. Por algún extraño motivo aparecí aquí, encarnándome en el cuerpo de un mono al que yo pretendía dar caza. Según tengo entendido por lo que he oído, aquí sólo podéis hablar vosotros los humanos. Sin embargo, yo también puedo, y de hecho conozco un montón de cuentos. Si quieres, podrías enseñarme más acerca de este extraño mundo, y yo podría contarte muchísimas historias de mi planeta.

Euley, al principio incrédula, pensó que se trataba de una broma, ya que los monos no podían hablar, pero conforme fue pasando el tiempo y éste seguía hablando y contándole historias, se dio cuenta de que su mascota era algo único. Poco a poco, fue trabando amistad con el macaco, hasta hacerse inseparables. Por las tardes, después del colegio, Euley enseñaba diversos juegos a Rasmic, y por las noches éste le contaba historias a ella. Así, día tras día, aumentaba su amistad.

Continuará…


ene 6 2010

Los regalos de Reyes

Como cada año (y esperemos que siga así), hoy al despertar estaba la mesa del salón llena de regalos. Este año, los Reyes se han portado muy bien, pues me han traído casi todo lo que quería:

  • La luz fantástica, de Terry Pratchett
  • Ritos iguales, de Terry Pratchett
  • Pirómides, de Terry Pratchett
  • ¡Guardias! ¡Guardias!, de Terry Pratchett
  • Mort, de Terry Pratchett
  • Grimpow y la bruja de la estirpe, de Rafael Ábalos.
  • Sangre de Tinta, de Cornelia Funke
  • Los Grope, de Tom Sharpe
  • Un neceser
  • Unos guantes
  • Una almohada para el Camino de Santiago
  • Un reloj Casio
  • Dinero
Se ve que los Reyes querían que leyese, porque con lo que me han traído tengo para rato :-D
Y a vosotros, ¿qué os han traído? En respuesta a la pregunta que hace Rafalillo, no, no me han traído carbón. ¡De momento, llevo 15 de 16 años sin recibirlo!