Con los ojos cansados y los dedos torpes por la falta de sueño, os voy a hablar brevemente de la razón por la que he pasado esta noche prácticamente en vela: Espejismo, una novela de ciencia ficción que publicará Minotauro en octubre de este año, y que ha sido el último superventas autopublicado de Amazon.
La que he leído ha sido una edición no venal, término que desconocía hasta que los de Librería París me pidieron que les diera mi opinión del libro antes de que saliese a la venta. Tengo que reconocer que, al ser una edición “de pruebas” el diseño de la portada no me llamó demasiado la atención, y pospuse tontamente su lectura unas semanas. Lo cual es la confirmación perfecta de que nunca hay que juzgar un libro por su portada: sin ninguna duda, éste se trata de uno de los mejores libros de ciencia ficción que he leído en la vida, y pronto pasará a ser un clásico, en palabras de la revista Wired.
Espejismo narra la historia de los últimos supervivientes de la Tierra tras algún tipo de desastre que ha dejado el planeta inhabitable, obligándoles a vivir en un silo, una profunda estructura subterránea en la que conviven miles de personas. La acción se sitúa siglos después de dicho suceso, en un entorno de rígidas normas y un control social que recuerda en ciertos momentos a 1984, de Orwell. Según creo recordar, el telón de fondo de la historia también comparte algún aspecto con Bóvedas de acero, de Asimov, pero no es en absoluto el mismo tipo de narración.
Los personajes, definidos con maestría, transmiten a la perfección su forma de ser y sus pensamientos, siendo todos testigos de una importante evolución de su personalidad. Nada parece dejado al azar, y pequeños fallos que a veces encontramos en otras historias del género y perdonamos seguidamente con cierta complacencia por haberlos encontrado brillan por su ausencia en Espejismo, al menos en una primera lectura. Que ha sido voraz, además: ayer por la tarde lo comenzaba, y hace unas horas lo he terminado con hambre de más. Porque en todo momento Howes mantiene un cabo sin atar, un enigma a punto de ser resuelto que hace que no puedas dejar el libro sin pensar cuándo podrás retomarlo o qué sorpresa aguardará al cabo de unas pocas páginas. Porque en lo que a vueltas de tuerca se refiere, la novela está repleta de ellas: ya desde las primeras páginas no he dejado de sorprenderme, o de mantenerme en tensión por saber cosas que desconocían los personajes que finalmente han acabado no siendo lo que parecían.
Sin duda, una lectura muy recomendable no sólo para el lector de ciencia ficción, sino para cualquiera que no sepa qué leer y quiera pasar un buen rato con una novela repleta de sobresaltos y que invita a su lectura.
Ya que ha llegado el buen tiempo y el ángulo de incidencia de los rayos solares todavía no es muy pronunciado, me parece conveniente comentaros las muchas bondades de la útil afición de leer por la calle, así como daros algunas indicaciones para que aunéis lo mejor de vuestros paseos vespertinos con las obras más selectas en edición bolsillo.
Quizá hayáis intentado leer alguna vez mientras caminabais, o bien ya sois unos expertos en el tema y podéis recorrer kilómetros con El Quijote. O también podría ser que no os guste leer, en cuyo caso podéis entreteneros un rato aquí. En cualquier caso, no podéis negar que a una actividad tan saludable como lo es dar un un paseo de casa al trabajo le falta algo de emoción. En caso de que os guste ir mirando los escaparates, perfecto. Pero si conocéis de memoria la posición en la escala de Mohs de cada uno de los adoquines y podríais recorrer el trayecto con los ojos cerrados (habilidad muy útil para leer andando, todo hay que decirlo), o bien no os importan las últimas ofertas en patucos, ¡la lectura será vuestra nueva compañera de viaje!
Visto lo visto, seguro que ahora estáis deseando salir a la calle y devorar unos cuantos capítulos del primer folleto de supermercado que encontréis. Pero, ¡atención! Yo no he dicho que vaya a ser sencillo. De hecho, para ilustrar los peligros de este deporte, me pondré a mí mismo como ejemplo:
Comienzos de julio de 2004. El joven Juan iba tranquilamente al cumpleaños de su primo pequeño y, ya que el trayecto era aburrido, caminaba leyendo un libro. Sin embargo, todavía no había desarrollado la capacidad de leer andando sin chocarse. La consecuencia más visible de este hecho fue un chichón en su frente. La que menos, una ligera inclinación de un semáforo.
Evidentemente, si por aquel entonces hubiese dominado la técnica, mi volumen craneal no habría aumentado tan repentinamente. Por eso, pongo a disposición de todos los pequeños Juanes que hay por el mundo una serie de consejos que harán de la lectura en peregrinación una práctica menos peregrina.
Lo primero, y más importante, es el libro. Me parece bien que coleccionéis libros de canto gregoriano pero, como podréis comprender, no resulta viable llevar el facistol a cuestas. Así que haceos con un libro de bolsillo, a poder ser de tapa blanda y de un tamaño que permita guardarlo cómodamente en los bolsillos. Aunque es cierto que ésta es una práctica más apropiada para invierno, ya que se suele llevar abrigo (lo cual permite almacenar tres libros cómodamente), no suele haber ningún problema en llevar un ejemplar reducido en el bolsillo del pantalón. Lo ideal sería un pantalón con bolsillos en las rodillas, aunque son una prenda de ropa no muy común en comparación con los vaqueros.
A continuación, la técnica: si estoy escribiendo esto, es porque hay que modificar ligeramente la postura del cuerpo para poder leer y no estamparse contra el primer viandante inocente que no veamos. En realidad, resulta muy sencillo: el tronco ha de estar completamente vertical (como lo estaría si anduvieseis con normalidad; no hace falta ser un Ent), al igual que el cuello. Nada de inclinar el cuello hacia abajo, pues entonces estaríais mirándoos a los pies y eso aumenta drásticamente las posibilidades de que tengáis una charla brusca con el pobre viandante de marras. Lo que hay que hacer es elevar los brazos y mantener el libro a la altura de la cara, como si quisierais que nadie os viese mascando chicle. Lógicamente,el libro no debería taparos los ojos, porque si no estamos en las mismas. Mejor dejar la parte de arriba del libro cerca de la punta de la nariz, y no moverla mucho (el borde del libro; con la nariz podéis haceros un nudo si queréis). Esto os permitirá leer el libro cómodamente, permitiendo que vuestro cerebro os avise en cuanto vea aparecer un obstáculo en la zona superior del campo de visión.
Si ya os sabéis el camino, aprovechad los semáforos en rojo para leer con el cuello doblado, que si no se puede acabar cansando de estar todo el rato quieto. Para los vagos, recomiendo apoyarse en el propio semáforo, pero únicamente con el hombro a una altura prudencial y con las piernas cruzadas sin tocar el poste (esto impide que los posibles fluidos de la mascota del vecino hagan que vuestras perneras acaben descoloridas).
Además de por el abrigo, leer en los meses fríos tiene la ventaja de que la luz no daña demasiado la vista. Si leéis en ciudad, intentad ir por la acera en la que haya más sombra en ese momento, y leed únicamente por las zonas de sombra. De este modo vuestros ojos no sufrirán cuando paséis de una calle con una agradable penumbra a otra completamente iluminada (además, a esto se le añade un inconveniente del papel: es blanco, y el color blanco refleja. No llega a ese extremo, pero hay gente que se ha quedado ciega por esquiar sin gafas a causa del brillo de la nieve). Aunque personalmente no me gusta mucho la luz del sol, no estoy siendo prejuicioso: realmente hace pupa que tu agradable página mate se convierta en un flash de cámara de unos cuantos lúmenes de intensidad.
Finalmente, os recomiendo mirar a vuestro alrededor en busca de móviles (o no, véase la anécdota del semáforo) con los que podríais chocar: cada página o media ídem alzad la cabeza y escanead, que más vale prevenir que curar.
Y ahora que os he aleccionado convenientemente, esperad a que descienda el Sol y quemad unas cuantas neuronas y calorías con vuestra nueva habilidad adquirida (no hablemos ya de la imagen de persona interesante que infundiréis en el barrio), que el verano está próximo y no viene mal perder un poco de masa. Cerebral.
Esta semana no he escrito mucho, pero se ha debido principalmente a que no he tenido cosas consistentes acerca de las que escribir. Sin embargo, sí que es cierto que no he estado recluido, así que contaré un breve resumen de las últimas cosas curiosas que he encontrado o he hecho.
Loituma: probablemente muchos conozcáis esta famosa canción, que se hizo muy popular hace unos años gracias a esta animación flash. Pues bien, a diferencia de lo que mucha gente (incluido yo) pensaba, el idioma de la cancioncilla no es el japonés: se trata de finés, y está interpretada por un grupo de cuatro finlandeses (Loituma) que cantan a capella. De hecho, el nombre original de la pieza es “Ievan’s Polkka”, o “La polca de Eva”.
Osciloduino: otro de los motivos por los que el blog no ha estado muy activo ha sido que me he apuntado a un concurso (Premio Nacional Don Bosco a la Innovación e Investigación Tecnológica), y he sido seleccionado como participante. Así que para la primera semana de marzo he de tener preparado la versión final del Osciloduino, un osciloscopio para Arduino con diversas características que lo diferencian de todo lo hecho hasta ahora. Los detalles son secretos
Aserejé, versión ópera: me dejó sin palabras este vídeo que me pasó Pablo ayer. Es… alarmantemente curioso.
Conejitos suicidas: en el Salón del Cómic, que se celebró hace un mes exactamente, compré un libro que ya me llamó la atención el año anterior: El amanecer de los conejitos suicidas, el tercero de la serie. Son páginas y páginas en las que unos conejitos muy majos se suicidan de diversas maneras, cada cual más bestia que la anterior. Vale unos 10 €, pero si no podéis esperar, aquí está el primero (creo).