ago 16 2012

Viaje a USA (I)

El equipo al completo.

Hace cuatro años fui por primera vez a Estados Unidos, visitando únicamente Washington y Nueva York. Dos años más tarde mis padres me apuntaron a un curso de inglés en Chicago, gracias al cual conocí a los Fischer, una familia que me invitó a pasar unas semanas con ellos al verano siguiente. Con esta trayectoria de viajes al Nuevo Mundo no sabía si mi padre estaba hablando en serio cuando me propuso volver para hacer un recorrido en coche que nos llevaría a las principales ciudades de la Costa Este, además de a numerosos pueblos y lugares que ni siquiera pensé que pudieran existir. Y yo dije que sí.

Ya llevaba unos meses gestándose en mi casa un viaje a Estados Unidos, pero tan sólo atañía a mi hermano: llevaba un tiempo ilusionado con un campamento de baloncesto en Filadelfia al que se había apuntado junto con tres amigos más. Como  el transporte corría de cuenta de los jugadores la excusa de acompañarlos hasta allí para que no se perdiesen ni tuviesen problemas por el camino era perfecta para escaparnos unos días de España. Así que a mediados de mayo compramos un gran mapa de carreteras de Norteamérica y a lo largo de casi dos meses nos pusimos a clavar chinchetas en él marcando los sitios que pretendíamos visitar. Poco a poco fueron pasando los exámenes de final de curso, los de Selectividad, el de conducir, diversos campamentos… hasta que quedaron apenas unos pocos días para nuestra partida. Con el itinerario que íbamos a seguir todavía muy poco claro (¿metíamos St. Louis? ¿Bajábamos hasta Memphis? ¿Valía la pena cruzar la frontera canadiense?) llegó la última noche que íbamos a pasar en nuestra patria por un tiempo. Y digo pasar y no dormir porque algunos nos acostamos tan tarde y nos levantamos tan temprano que casi no pudimos más que tumbarnos un rato en la cama.

14 de julio, de madrugada

Y con la modorra propia de a quien despiertan antes de que se quede dormido me vi en la estación de autobuses de Delicias con dos maletas y rodeado de mi familia, los tres compañeros de mi hermano y sus respectivos padres y madres. En España dejábamos a mi madre, quien se quedaba a guardar la casa durante nuestra ausencia. Lo que siguió es fácil de imaginar: besos y abrazos de despedida, un trayecto de cuatro horas hasta Madrid que se me hizo muy corto acaso por haber parpadeado solamente una vez en todo el camino, y nuestra llegada a primera hora al aeropuerto. Allí esperamos hasta que abrieron la puerta de embarque, que cruzamos poco después para acabar sentados y con el cinturón abrochado en el avión de American Airlines que nos llevaría al otro lado del océano. Ya no había vuelta atrás, a partir de ese momento los relojes llevaban seis horas de retraso y nuestro idioma oficial era el inglés. Lo cual no deja de ser un recurso estilístico, claro: allí hablando español te las puedes apañar perfectamente; siempre habrá un latinoamericano cerca que te saque del apuro.

El sector juvenil de la expedición...

Poco hay que decir del vuelo. Como en todos, comenzaron a confundir a nuestros estómagos dándoles a horas imprevistas comidas que no esperan. Pero tal vez a causa de esto, de estar entretenidos, en un momento estuvimos en el JFK, el aeropuerto de Nueva York. Allí cogimos un tren –Airtrain- que unía las terminales de dicho aeropuerto; y un metro que nos llevó a Pennsylvania Station (Penny Station para los amigos), estación en la que debíamos coger un tren con el que llegaríamos a Filadelfia, nuestro primer destino. Por desgracia los billetes de última hora eran excesivamente caros, por lo que tuvimos que retrasar el trayecto un par de horas. Horas que aprovechamos para que los compañeros de canasta de mi hermano (Juan Carlos, Carlos y Rodrigo) viesen por primera vez la ciudad, aunque regresamos pronto a la estación por lo incómodo que era caminar con todo el equipaje a cuestas. Finalmente nos encontramos sentados en el espacioso vagón del Amtrak, un tren que no sé si me gustó más por sus amplitudes o por el wifi abierto disponible en todos los asientos. Hora y media más tarde llegábamos a Philly, como la llaman los lugareños. Un paseo hasta el hotel, la recogida de las llaves en recepción, y por fin pudimos tumbarnos en condiciones por primera vez en unas cuantas horas. ¡Lo habíamos hecho, habíamos logrado cruzar tierra, mar e imaginarias líneas fronterizas hasta llegar a Filadelfia, primera meta de nuestro viaje!

14 de julio, por la tarde

Esto ni el pan de lembas, oiga.

Tras deshacer las maletas (aunque no demasiado; este viaje no se ha caracterizado por el sedentarismo) y reposar un poco salimos a explorar la ciudad. Íbamos con intención de hacernos una foto con la estatua de Rocky que hay a los pies de la escalinata del Museo de Arte, ésa que Stallone sube a horas intempestivas entrenándose para su combate. Lamentablemente nos enteramos de que caía muy lejos, y lo dejamos para el día siguiente. Pasando a otro tipo de intereses propios de la hora (tal vez algo más gastronómicos, pero igualmente culturales) nos pusimos en busca de un sitio en el que tomar un  Philly’s Cheesteak, un popular a la par que grasiento bocadillo típico del lugar. Una buena dosis de tiras de carne salpicadas de cebolla y zanahoria y cubiertas de queso fundido en un pan algo más blando que al que estamos acostumbrados los españoles. Cena nutritiva donde las haya, desde luego. Además, no hubo problema en hacer pasar los mordiscos pues recordamos que, al igual que en muchos otros lugares del país, rellenar el vaso una vez lo has comprado es gratis –free refills-. Con mucha fuerza de voluntad algunos logramos terminar el bocadillo, haciendo nuestro regreso al hotel considerablemente más lento que la ida.

15 de julio, por la mañana

Nos despertamos con calma, desayunamos las galletas y los zumos que habíamos comprado la tarde anterior en un 7-Eleven, y salimos a buena hora a la calle. Después de una breve parada en el Reading Terminal Market, del que luego hablaré, nos dirigimos hacia Chinatown, el barrio chino de la ciudad. No es comparable al de Nueva York, mucho más comercial. Éste es realmente un barrio de chinos, con sus tiendas y mercados todavía libres de la muchedumbre de turistas que provocan lentamente que los comercios de toda la vida acaben convertidos en una sucesión sin fin de tiendas de recuerdos. Tras merodear un poco y sentir que nos encontrábamos en otro país (a menudo éramos los únicos caucásicos a la vista) entramos en una tiendecilla a comprar algunos útiles de aseo que habíamos preferido no llevar en la maleta (a nadie le gustan toda su ropa empapada de champú, ¿verdad?).

No comments.

Una vez nos hubimos hecho con todo nos dirigimos hacia el Independence Mall, que comprendía un conjunto de edificios importantes en la historia estadounidense: allí se firmó la Declaración de Independencia, y es donde se conserva hoy en día la Liberty Bell, una campana símbolo de la independencia americana. Campana que, creo recordar, aparecía en “La Búsqueda”. La zona era bastante interesante, pero como había demasiadas filas y los peques iban justos de tiempo tuvimos que saltarnos algunas cosas. Así que cogimos un autobús y fuimos al Philadelphia Museum of Art, para ver las míticas escaleras de Rocky. Esta vez nos salimos con la nuestra, y pudimos hacernos unas cuantas fotos en medio de otras muchas personas que tampoco habían ido allí precisamente por el arte. A continuación volvimos al hotel para que los mi hermano y sus amigos cogiesen sus maletas, ya que mi padre se los tenía que llevar al campamento, que empezaba aquella misma tarde. Tras una pequeña parada técnica en Potbelly’s, una de mis cadenas favoritas de bocadillos del país (¿quién puede negarse a un saludable bocata de albóndigas?),  nuestros caminos se separaron. Mientras mi progenitor iba con el resto a recoger el coche de alquiler, servidor se encaminaba hacia el hotel, donde pensaba descansar unos minutos antes de irse un rato a explorar por su cuenta. Al fin y al cabo, cualquier estómago necesita reposo después de un buen meatball sandwich.

15 de julio, por la tarde

Por cierto, no había dependiente.

En cuanto me hube repuesto salí provisto de cámara y cartera, las armas del turista moderno, hacia el Reading Terminal Market. Por la mañana había visto una pequeña librería de viejo que todavía se encontraba cerrada, y esperaba encontrarla abierta esta vez. Un pequeño local, armario más bien por su tamaño, en el que se amontonaban cientos de extraños libros en estantes cuya estabilidad peligraba. Tenía su sección de magia negra y oscurantismo; como digo, un sitio realmente peculiar. A punto estuve de hacerme con esta edición de “Zaragoza” de Pérez Galdós, pero como la cosa tenía más de capricho que de utilidad me contuve. Ya habría tiempo de dilapidar el dinero más adelante. Después de un pequeño rodeo que di para volver a visitar Chinatown, esta vez con menos prisa, orienté mis pasos hacia lo que viene siendo el “casco histórico”: las calles aledañas al National Mall que comentaba antes. Paseé un rato por el Christ Church Burial Ground, un bonito cementerio en el que se encontraba enterrado Benjamin Franklin, y paré un momento a comprar un botellín de agua a causa del calor. Para alguien de interior como yo, acostumbrado a veranos secos, el calor húmedo y sofocante de Estados Unidos es algo agotador. Allí no hace tanto calor como en España, pero por lo que nos dijeron unos valencianos que encontramos en Nueva York, la humedad americana es mucho más extrema que la que tenemos aquí. Así que ya sabéis: si pensáis cruzar el charco en verano, ¡acordaos de llevar siempre una cantimplora encima!

La calle seguía entre la arboleda, llevando a un pequeño patio muy majo!

Paseando por la zona acabé topándome por accidente con la calle más antigua de Estados Unidos, Elfreth’s Alley. Una agradable hilera de casitas de comienzos del S. XVIII de la que es fácil pasar de largo si no la estás buscando. Poco después me llamó mi padre, que se encontraba por la zona habiendo dejado ya a los pequeños en el campamento. Como él llevaba intención de ver el callejón aparcó por la zona y dimos una vuelta, encontrando una peculiar tienda de antigüedades en la que pasamos un buen rato revolviendo periódicos antiguos y máquinas que, de haber vivido allí, me habría llevado conmigo. Acabamos con unos cuantos periódicos de mediados del S. XIX y un especial dedicado a la Segunda Guerra Mundial de 1943, una pequeña joya que pronto tendremos enmarcada en casa. Como aún queríamos pasar por el The Franklin Institute Science Museum cogimos el coche y fuimos para allá. Por desgracia nos habíamos entretenido tanto con los periódicos y el museo era tan grande que nos vimos incapaces de aprovechar la visita en condiciones, así que nada más entrar en el imponente hall del edificio decidimos dejarlo para el día siguiente, si teníamos ocasión.

Las autoridades sanitarias recomiendan tomar uno de estos al día, es bueno para la circulación.

Cansados y hambrientos regresamos al hotel para cambiarnos, ya que habíamos reservado mesa en un peculiar restaurante de Filadelfia, el City Tavern. En cuanto entramos en el local vimos que era cierto lo que habíamos leído sobre el sitio: imitaba la estética de los siglos XVII-XVIII con camareros y doncellas vestidos de época y muebles que aparentaban haber vivido unos cuantos años más que yo. El menú también era de la época colonial: antiguos platos que el chef (quien tiene un popular programa de televisión sobre comidas de antaño, “A Taste of History”) ha rescatado del olvido. Con tanta decoración y ‘espectáculo’ esperábamos que las raciones fuesen modestas; un plato innecesariamente grande para una cantidad justa de comida. Pero nada más lejos de la realidad: en cuanto trajeron mi plato (porkchop con puré de patatas y una especie de chucrut) se me abrieron los ojos como platos y me quedé paralizado ante semejante montaña de hidratos de carbono. La elección de mi padre tampoco era para menos: una pantagruélica sartén repleta de pasta, trozos de ternera y verduras. También pedimos una sencilla ensalada, pero pasó desapercibida. Digno de mención era el pan, que no cobraban a pesar de estar horneado allí mismo: la cestita que nos pusieron tenía dos tipos de panes “salados” y unos pequeños mendrugos de un delicioso pan dulce de piñones que nos encantó. Hora y pico más tarde, incapaces de terminar con semejante festín, pedimos algo avergonzados a la simpática camarera que nos metiese las sobras en una bolsa. Para que os hagáis una idea de la magnitud de los platos, los restos de esa cena fueron mi desayuno y la comida de mi padre y mía del día siguiente.

Mi padre, aunque no salga, estaba igual.

Tras el opíparo banquete regresamos al hotel sin mayor incidente que una enorme tromba de agua que nos pilló desprevenidos, ahorrándome la ducha que pensaba darme al llegar a la habitación.

16 de julio, por la mañana

Lo de la izquierda es un templo masónico!

Nos levantamos temprano, sentando lo que sería la norma de los siguientes días. Hicimos las maletas, las metimos en el coche y nos fuimos a dar una última vuelta por Filadelfia. Comenzamos deambulando por el City Hall, ayuntamiento de la ciudad. De estilo francés (a mí me recordó a la Estación de Canfranc) y con un enorme torreón algo desproporcionado para mi gusto dominaba Penn Square. Como curiosidad, fue el edificio más alto del mundo de 1901 a 1908. A continuación volvimos sobre nuestros pasos para visitar la Free Library of Philadelphia. Allí confirmamos definitivamente que los americanos tienen predilección por los edificios imponentes de corte clásico: las amplias salas de la biblioteca daban cabida a miles de volúmenes, y la gran escalinata central imponía silencio sin necesidad de cartel alguno. En el piso superior había una exposición sobre Dickens que contaba con numerosas primeras ediciones y cuadernos de notas del autor. Después de echar un vistazo a diversas reliquias decidimos que ya era hora de partir, por lo que nos montamos en el coche y abandonamos Philadelphia rumbo a Washington, nuestro siguiente destino.


ago 18 2011

Spoiler: quedan 20 días de verano

Spock causa sensación dondequiera que vaya

Ahora que he logrado concentrar vuestra ira en mi persona, aprovecho para deciros que tras un par de semanas en los Pirineos he vuelto a Zaragoza, por lo que me veréis el pelo un poco más por estos lares. De todos modos, parece mentira que ya lleve(mos) más de 7 semanas de verano.

Atrás quedan las tres semanas en Chicago, las dos en Bilbao y estos últimos días en la montaña. Aunque el estío ya languidece (qué bonito me ha quedado) todavía quedan unos días hasta que empiece el curso. Y, como es habitual, no me faltan cosas que hacer: en estos momentos me encuentro trabajando en unas páginas web que nos han encargado a mi hermano y a mí, pero planeo comenzar pronto mi disfraz para el próximo Salón del Cómic de Zaragoza. Los planos están ya hechos, pero serán top-secret mientras no os pueda enseñar nada palpable.

Por otro lado, también tengo que escribir varias entradas que tengo pendientes desde hace bastante tiempo, principalmente libros que he ido leyendo y alguna que otra curiosidad. Así que, si todo va bien, el ritmo del blog se normalizará dentro de poco. Aunque ahora que lo pienso, lo que yo considero “normal” es lo que era habitual hace un par de años, cuando todas las tardes podía escribir una entrada. Algo me dice que este próximo curso no será así.


ago 3 2011

Chistes Van de Graaff

Los risueños ganadores de los VDG

Productos de una tarde ociosa, los chistes que tenéis a continuación sólo pueden ser comprendidos en su totalidad por los que estuvimos en el campus, o bien por aquellos que han tenido en algún momento una fijación obsesiva por los generadores de Van de Graaff. Allá van:

  • ¿Cuál es el colmo de VDG?
    Que te lo cargues.
  • ¿Qué hace VDG con una videoconsola?
    Cargar la partida.
  • ¿Cuál es la pega de VDG?
    Es un poco cargante.
  • ¿Cuál es el dulce favorito de VDG?
    El chupa-chups.
  • ¿Por qué VDG no pudo aparcar su coche?
    Porque era zona de carga y descarga.
  • ¿Qué hace VDG para conseguir música?
    La descarga.
  • ¿Qué tiene VDG en la Universidad?
    Un cargo.
  • ¿Por qué VDG no salió de paseo?
    Porque estaba chispeando.
  • ¿Por qué VDG abandonó a su perro?
    Porque era una carga para él.
  • Van der Graff y se cae el del medio.
  • ¿Qué le dice un Generador VDG a otro?
    ¡Pero mira que eres cabezón!
  • ¿Cuál es la virtud de VDG?
    Tener los pies sobre la tierra.
  • ¿Cómo sabemos que VDG está en un ascensor?
    Porque el ambiente está cargado.
  • ¿Cómo le gusta el café a VDG?
    Cargado.
  • ¿Por qué VDG odia ir de viaje?
    Porque siempre acaba cargando con todos.
    (Carlos García)
  • ¿Cómo se llamaba el perro de VDG?
    Chispas.
    ¿Sabes por qué tuvo que abandonarlo?
    Era una carga para él.
    (Juan Jusa)
  • ¿Por qué VDG no hizo el Camino de Santiago?
    Porque tenía las piernas cargadas.

ago 2 2011

Euskampus

Como os comenté, durante estas dos últimas semanas he estado en Bilbao con la beca Campus Científicos de Verano. Desde el 17 hasta el 30 de julio he convivido con otras 29 personas con inquietudes científicas como yo, pero no era eso lo único que nos unía: a diferencia de lo que ocurre en otros campamentos o actividades organizadas para grupos, todos nosotros compartíamos carácteres y aficiones similares, lo que ha hecho que estos quince días hayan pasado volando. Mirando hacia atrás, me doy cuenta de las muchas cosas que he hecho a lo largo de estos días, pero curiosamente parecen menos por lo rápido que ha sucedido todo.

Cuando fui de viaje de estudios a Italia con el colegio me di cuenta de algo muy curioso, llamémoslo la regla del autobús: todo grupo lo suficientemente grande que haya de convivir durante un tiempo, acabará dividiéndose en un mínimo de dos grupos con diferencias sustanciales entre ellos. En el caso de Italia, esto era muy claro: en la parte de delante del autobús nos encontrábamos los frikis, y en la parte de detrás se hallaba la gente normal. Pues bien, si hubiese que meter a toda la gente de Euskampus en el mismo autobús que nos llevó a mi clase y a mí por toda la península itálica, al menos el 90% iría en la parte de delante. Quizá esta imagen lo explique mejor:

Toque de frikismo extra: ¡algunos lagartos infiltrados!

Pero bueno, como he dicho, esto se trata de un campus científico y, como tal, tenía algo de Ciencia. Bastante, de hecho: todos los días íbamos por la mañana a la Universidad del País Vasco a participar en los proyectos que nos habían sido asignados. La distribución era bastante sencilla: cada grupo de 7-8 personas tenía un proyecto para cada semana: Matemáticas, Física, Química o Biología. Los míos (¡sorpresa!) eran Física y Matemáticas, y en ambos proyectos estuve con las mismas personas.

El proyecto de la primera semana era el de Física, aunque era muy aplicado: lo que hicimos fue construir con nuestras propias manos dos generadores de Van de Graaff. Aunque tuvimos varios problemas que fuimos subsanando sobre la marcha,  el grande nos funcionó a la primera. El segundo, de menor tamaño, los terminamos a última hora, pero finalmente todo salió a la perfección. Además de aprender un montón acerca de la electricidad estática y este peculiar ingenio, también descubrimos varias formas de dar garrampazos a algún despistado que se hallase cerca y que meter tenedores metálicos en el microondas no es tan peligroso como parece.

Durante la segunda semana, más corta, nos dedicamos en cuerpo y alma a las Matemáticas, concretamente a la criptología y a la probabilidad. Creo recordar haber dicho que el ambiente de frikismo del grupo era considerable. Pues bien, los profesores de este proyecto eran dignos de ese ambiente. Creo que con eso se explican cosas como la siguiente:

Explicación práctica del Teorema de Bayes


La verdad es que, aunque no soy precisamente un acólito de la probabilidad, me gustó bastante el proyecto en conjunto: venía a ser una especie de selección de los mejores días del TTM.

El último día, el de la presentación en conjunto de los proyectos, tuvo su toque wtf cuando toda la sala (unos 30 estudiantes; 15 profesores; padres y visitantes; y peces gordos de la Uni) vio que nuestra última transparencia consistía en las letras de FIN (cada una de un color) cayendo lentamente sobre un fondo de arcoiris en .gif, y apareciendo un unicornio rosa (también en .gif) con la música de Mario Bros de fondo. Impresionante. Ese día también sorteamos los generadores Van de Graaff que habíamos construido, ¡y yo me llevé el grande! Y sí, mi madre dijo que o se va el Van de Graaff, o me voy yo.

Cuando no estábamos en la Uni también realizábamos actividades: fuimos al Guggenheim, a una gymkana matemática, a la playa, de excursión a un parque natural, a San Sebastián, a algún que otro museo…

¡Animales rodeados de animales!

En definitiva, una experiencia inolvidable. El único inconveniente es que ya no podemos repetir el año que viene, al ser una actividad únicamente disponible para alumnos de 4º de ESO y 1º de Bachillerato. Así que espero que el Ministerio recapacite acerca de su decisión, sabiendo que si no extiende la edad hasta 2º de Bachillerato todos nosotros estudiaremos Derecho.

Por cierto, durante la primera semana escribí junto con dos amigos un blog -obligado- acerca del campus llamado Not only mejillón Science. Puede que aún publique alguna cosa más sobre el campus en Cosas en General, pero ése está cerrado definitivamente.


jul 5 2011

¡Estoy vivo!

Lo primero de todo, ¡feliz 4 de julio! Bueno, teóricamente ha acabado hace 24 minutos, pero todavía se siguen oyendo petardos en la lontanza.

“Juan no ha publicado nada últimamente, ¿se habrá olvidado del blog?”, os preguntaréis. Pues no, de hecho soy muy consciente de que el año pasado publiqué varias entradas -bastante elaboradas, todo hay que decirlo- durante mi estancia en el país de las barabacoas y de que este año ésta es la primera, pero todo tiene su explicación: el verano pasado iba con un grupo, lo cual implica una organización que planea actividades (que dejan mucho tiempo de ocio) para el día a día, amén de ser responsable de la estancia de los estudiantes. Además, mi familia del año pasado era un tanto peculiar, y yo no salía mucho de casa.

Björk Reactable

Sin embargo, este año he venido por mi cuenta gracias a que los Fischer -la familia anfitriona de una chica del grupo del año pasado- me han acogido. Y bueno, siendo el sexto brother de la familia, la verdad es que no tengo mucho tiempo libre. Ahora bien, me lo estoy pasando genial, y estoy hablando más inglés que nunca -ésta es la ventaja de ir sin una organización: no hay españoles con los que tener facilidad de palabra; no obstante, Susan, la madre, es profesora de español, pero no lo habla a menudo-, así que supongo que las entradas de blog tendrán que esperar a la vuelta. De todas formas, no esperéis gran cosa, ya que el año pasado conté prácticamente todo acerca de lo monumental-turístico que tiene Chicago, y esta vez se trata de un viaje de inmersión en familia a tiempo completo (con todo lo que ello conlleva). De todos modos, os dejo con estas fotos (¿alguien adivina con qué o quién salgo?) para que veáis lo sano que estoy; las fotos con gente tendrán que esperar ya que están en la cámara de Claire.

Con Sue, el mayor y más completo T-Rex de este mundo.

No sé cuándo volveré a publicar, al fin y al cabo ya he pasado el ecuador de mi viaje. Con algo de suerte lo volveré a hacer antes de que me marche, pero si no lo hago, sabed que me hallo estupendamente.

Y hubo gran regocijo.


abr 23 2011

El blog del viaje de estudios

Se me había olvidado publicarlo, pero más vale tarde que nunca: he pensado que no merece la pena narrar todo el viaje aquí en el blog, ya que los profesores con los que fuimos lo fueron haciendo cada noche. Si a alguien le interesa leer las crónicas, helo aquí. Os dejo con un fragmento de una entrada que escribí con Fran y Sergio:

El Adriático con la luz del alba
al supremo vaporetto precede
que a la villa del Véneto antecede
y nos encontramos gente a mansalva.
El Palacio Ducal visitamos
de oro de muchos quilates colmado
con obras maestras dignas del papado
y en la Plaza San Marcos alucinamos
ya que el estómago mucho rugía
antes de en góndola, darnos un paseo
fuimos a jalar a una tratoría
y entre edificios que ni la Seo
montamos una gran algarabía
mientras buscábamos un aseo.

No es digno de Quevedo, pero aun así refleja muy bien el espíritu del viaje :)