sep 20 2011

Parábola del hombre con las manos atadas

Hoy en clase de Lengua hemos leído este texto que da bastante que pensar, y que a mí me ha gustado mucho:

Érase una vez un hombre que vivía como todos los demás. Un hombre normal. Tenía Cualidades positivas y negativas. No era diferente.

Un día, llamaron repentinamente a su puerta, cuando salió se encontró con sus amigos. Eran varios y habían venido juntos. Sus amigos después de mantener una larga y amistosa charla con él, le ataron los pies y las manos para que no pudiera hacer nada malo (pero se olvidaron de decirle que así tampoco podría hacer nada bueno). Y se fueron dejando un guardián a la puerta para que nadie pudiera desatarle.

Al principio se desesperó y trató de romper las ataduras. Cuando se convenció de lo inútil de sus esfuerzos, intentó, poco a poco, acostumbrarse a su nueva situación.

Poco a poco consiguió valerse para seguir subsistiendo con las manos atadas. Inicialmente le costaba hasta quitarse los zapatos. Hubo un día en que consiguió liar y encenderse un cigarrillo, y empezó a olvidarse de que antes tenía las manos libres.

Pasaron muchos años, y el hombre comenzó a acostumbrarse a sus manos atadas. Mientras tanto su guardián le comunicaba, día tras día, las cosas malas que se hacían en el exterior los hombres con las manos libres (pero se le olvidaba decirle las cosas buenas que también hacían los hombres con las manos libres)

Siguieron pasando los años y el hombre llegó a acostumbrarse a sus manos atadas, y cuando, el guardián le señalaba que gracias a aquella noche en que entraron a atarle, él, el hombre de las manos atadas no podía hacer nada malo. ( pero se le olvidaba señalarle que tampoco podía hacer nada bueno).

El hombre comenzó a creer que era mejor vivir con las manos atadas. Además, ¡Estaba tan acostumbrado a las ligaduras…!

Pasaron muchos años, muchísimos años más…, un día sus amigos sorprendieron al guardián, entraron en la casa y rompieron las ligaduras que ataban las manos del hombre.

“¡Ya eres libre!”, le dijeron.

Pero habían llegado demasiado tarde, las manos del hombre estaban totalmente atrofiadas y, aunque así, con las manos libres ya no podía hacer cosas malas, tampoco podría ya hacer cosas buenas.

Carlos Giner, Fuera y dentro de la política.


may 5 2011

Consejos para leer por la calle

Ya que ha llegado el buen tiempo y el ángulo de incidencia de los rayos solares todavía no es muy pronunciado, me parece conveniente comentaros las muchas bondades de la útil afición de leer por la calle, así como daros algunas indicaciones para que aunéis lo mejor de vuestros paseos vespertinos con las obras más selectas en edición bolsillo.

Quizá hayáis intentado leer alguna vez mientras caminabais, o bien ya sois unos expertos en el tema y podéis recorrer kilómetros con El Quijote. O también podría ser que no os guste leer, en cuyo caso podéis entreteneros un rato aquí. En cualquier caso, no podéis negar que a una actividad tan saludable como lo es dar un un paseo de casa al trabajo le falta algo de emoción. En caso de que os guste ir mirando los escaparates, perfecto. Pero si conocéis de memoria la posición en la escala de Mohs de cada uno de los adoquines y podríais recorrer el trayecto con los ojos cerrados (habilidad muy útil para leer andando, todo hay que decirlo), o bien no os importan las últimas ofertas en patucos, ¡la lectura será vuestra nueva compañera de viaje!

Visto lo visto, seguro que ahora estáis deseando salir a la calle y devorar unos cuantos capítulos del primer folleto de  supermercado que encontréis. Pero, ¡atención! Yo no he dicho que vaya a ser sencillo. De hecho, para ilustrar los peligros de este deporte, me pondré a mí mismo como ejemplo:

Comienzos de julio de 2004. El joven Juan iba tranquilamente al cumpleaños de su primo pequeño y, ya que el trayecto era aburrido,  caminaba leyendo un libro. Sin embargo, todavía no había desarrollado la capacidad de leer andando sin chocarse. La consecuencia más visible de este hecho fue un chichón en su frente. La que menos, una ligera inclinación de un semáforo.

Evidentemente, si por aquel entonces hubiese dominado la técnica, mi volumen craneal no habría aumentado tan repentinamente. Por eso, pongo a disposición de todos los pequeños Juanes que hay por el mundo una serie de consejos que harán de la lectura en peregrinación una práctica menos peregrina.

  • Lo primero, y más importante, es el libro. Me parece bien que coleccionéis libros de canto gregoriano pero, como podréis comprender, no resulta viable llevar el facistol a cuestas. Así que haceos con un libro de bolsillo, a poder ser de tapa blanda y de un tamaño que permita guardarlo cómodamente en los bolsillos. Aunque es cierto que ésta es una práctica más apropiada para invierno, ya que se suele llevar abrigo (lo cual permite almacenar tres libros cómodamente), no suele haber ningún problema en llevar un ejemplar reducido en el bolsillo del pantalón. Lo ideal sería un pantalón con bolsillos en las rodillas, aunque son una prenda de ropa no muy común en comparación con los vaqueros.
  • A continuación, la técnica: si estoy escribiendo esto, es porque hay que modificar ligeramente la postura del cuerpo para poder leer y no estamparse contra el primer viandante inocente que no veamos. En realidad, resulta muy sencillo: el tronco ha de estar completamente vertical (como lo estaría si anduvieseis con normalidad; no hace falta ser un Ent), al igual que el cuello. Nada de inclinar el cuello hacia abajo, pues entonces estaríais mirándoos a los pies y eso aumenta drásticamente las posibilidades de que tengáis una charla brusca con el pobre viandante de marras. Lo que hay que hacer es elevar los brazos y mantener el libro a la altura de la cara, como si quisierais que nadie os viese mascando chicle. Lógicamente,el libro no debería taparos los ojos, porque si no estamos en las mismas. Mejor dejar la parte de arriba del libro cerca de la punta de la nariz, y no moverla mucho (el borde del libro; con la nariz podéis haceros un nudo si queréis). Esto os permitirá leer el libro cómodamente, permitiendo que vuestro cerebro os avise en cuanto vea aparecer un obstáculo en la zona superior del campo de visión.
  • Si ya os sabéis el camino, aprovechad los semáforos en rojo para leer con el cuello doblado, que si no se puede acabar cansando de estar todo el rato quieto. Para los vagos, recomiendo apoyarse en el propio semáforo, pero únicamente con el hombro a una altura prudencial y con las piernas cruzadas sin tocar el poste (esto impide que los posibles fluidos de la mascota del vecino hagan que vuestras perneras acaben descoloridas).
  • Además de por el abrigo, leer en los meses fríos tiene la ventaja de que la luz no daña demasiado la vista. Si leéis en ciudad, intentad ir por la acera en la que haya más sombra en ese momento, y leed únicamente por las zonas de sombra. De este modo vuestros ojos no sufrirán cuando paséis de una calle con una agradable penumbra a otra completamente iluminada (además, a esto se le añade un inconveniente del papel: es blanco, y el color blanco refleja. No llega a ese extremo, pero hay gente que se ha quedado ciega por esquiar sin gafas a causa del brillo de la nieve). Aunque personalmente no me gusta mucho la luz del sol, no estoy siendo prejuicioso: realmente hace pupa que tu agradable página mate se convierta en un flash de cámara de unos cuantos lúmenes de intensidad.
  • Finalmente, os recomiendo mirar a vuestro alrededor en busca de móviles (o no, véase la anécdota del semáforo) con los que podríais chocar: cada página o media ídem alzad la cabeza y escanead, que más vale prevenir que curar.

Y ahora que os he aleccionado convenientemente, esperad a que descienda el Sol y quemad unas cuantas neuronas y calorías con vuestra nueva habilidad adquirida (no hablemos ya de la imagen de persona interesante que infundiréis en el barrio), que el verano está próximo y no viene mal perder un poco de masa. Cerebral.


abr 23 2011

El blog del viaje de estudios

Se me había olvidado publicarlo, pero más vale tarde que nunca: he pensado que no merece la pena narrar todo el viaje aquí en el blog, ya que los profesores con los que fuimos lo fueron haciendo cada noche. Si a alguien le interesa leer las crónicas, helo aquí. Os dejo con un fragmento de una entrada que escribí con Fran y Sergio:

El Adriático con la luz del alba
al supremo vaporetto precede
que a la villa del Véneto antecede
y nos encontramos gente a mansalva.
El Palacio Ducal visitamos
de oro de muchos quilates colmado
con obras maestras dignas del papado
y en la Plaza San Marcos alucinamos
ya que el estómago mucho rugía
antes de en góndola, darnos un paseo
fuimos a jalar a una tratoría
y entre edificios que ni la Seo
montamos una gran algarabía
mientras buscábamos un aseo.

No es digno de Quevedo, pero aun así refleja muy bien el espíritu del viaje :)


ene 24 2011

El péndulo del Destino

Sonará muy melodramático el título de este post, pero no me he podido resistir. Hace unos días se me ocurrió una teoría bastante peculiar sobre el Destino. Según ella, estaríamos condenados a no decidir por nosotros mismos. Pero bueno, nos parecería poder decidir.

Rogamos silencien sus teléfonos móviles y silencien las alarmas de sus relojes. Gracias.

Comencemos con algo sencillito: todos conocemos el péndulo de Newton (o “lo de las canicas de metal”, como muchos lo llaman):

newtons_cradle_animation_book_2

Consta de una serie de esferas perfectamente alineadas y pendientes de unos hilos, que utilizó Newton para demostrar el principio de conservación de la energía. Si alejamos una bola de un extremo, y la soltamos repentinamente, ésta golpeará al resto, y la energía cinética que llevaba será transmitida al conjunto, provocando que la bola del otro extremo salga en dirección contraria. Si el rozamiento fuera nulo, este movimiento se perpetuaría indefinidamente.

Ahora bien, otra manera de enfocar este juguete es desde el punto de vista de la previsión: si soltamos la primera canica desde una altura x, sería relativamente sencillo conocer la fuerza con que golpearía al resto de bolas, la velocidad con que saldría despedida la última, el número de rebotes que habría… Además, si se repitiera el experimento, siempre haría lo mismo: mismas fuerzas, mismas velocidades, mismas distancias… el comportamiento de las bolas sería el mismo.

Hace 13.700 millones de años. ¿Qué es eso? ¡Un guisante! Pero, espera… es brillante y se hace cada vez más grande… ¡Es el Big Bang! Una enorme explosión de energía que da rápidamente lugar a la materia tal y como la conocemos hoy en día. La materia está formada por partículas esféricas, y entre ellas se producen diversos intercambios de energía… al fin y al cabo, nuestro vasto universo no se diferencia tanto de el juguete que inventó Newton.

Entonces, de la misma manera en que conociendo todos los datos del péndulo (energías, masas, número de bolas) podemos determinar fielmente qué ocurrirá, se podría recopilar toda la información del universo y deducir cuál será su comportamiento futuro. Al igual que mezclando vinagre y bicarbonato en una proporción determinada se consigue siempre una misma cantidad de dióxido de carbono, en el momento mismo de la creación del universo se determinó su futuro, pues partiendo de esas condiciones sólo existía un camino, o forma de organización, posible: el que estamos viviendo actualmente.

Así pues, a no ser que exista un factor “azaroso”, quizá sea sensato creer que no hacemos realmente lo que nos apetece. Aunque, eso sí, la idea de que el libre albedrío sea sólo una ilusión no me gusta nada.


dic 13 2010

La verdadera Navidad

ACTUALIZACIÓN – 20/12/2010 – Este relato ha recibido el 2º premio en el concurso del Ayuntamiento. Con esto empieza a demostrarse mi teoría para ganar concursos.

Sé que últimamente no he escrito mucho, pero es porque he estado estos días colaborando con un rastrillo contra el cáncer, e investigando un poco el tema de tema de enviar datos inalámbricamente. También escribí un relato para el concurso de mi colegio, le podría haber sacado más partido, pero lo hice deprisa y corriendo el último día:

–Bueno, aún quedan tres minutos, pero como veo que estáis impacientes, vamos a salir antes ­–dijo la profesora.

Toda la clase se levantó, y salió atropelladamente por la puerta. Al fin y al cabo, era el último día de colegio antes de las vacaciones de Navidad.

En el trayecto de vuelta a casa, Luna pensó sobre el breve relato de la Natividad que había leído aquel día en clase. Le parecía sorprendente cómo un nacimiento y los presentes entregados al niño hacía más de dos milenios habían desembocado en la celebración que tal y como la conocemos hoy en día, una Navidad repleta de bombillas de colores y anuncios de perfumes. Acto seguido, oyó a alguien gritando su nombre, sacándola de sus ensoñaciones. Era su tío, que la llamaba para concretar el modelo del nuevo teléfono que quería que encargase a los Reyes, pues ella aún no se había decidido. Un poco después, Luna llegó a su casa, se tumbó en el sofá y dejó que las vacaciones comenzaran por sí solas.

Durante los días siguientes, Luna hizo lo que no había podido durante las semanas anteriores: durmió hasta tarde, salió con sus amigos, se fue de compras… Pero su tranquilidad no duró mucho, pues durante todo el día de Nochebuena la actividad en su casa fue frenética. En unas horas iban a llegar sus abuelos, sus tíos y primos, a algunos de los cuales no veía desde el año pasado, y aún quedaba mucho por hacer. Junto con su hermano pequeño, Javier, preparó una ensalada, mientras sus padres cocinaban un suculento asado. Poco a poco comenzó a llegar la gente, hasta saturar la cocina, como ocurría normalmente. Los niños pequeños se fueron a montar un puzle mientras los demás conversaban animadamente sobre diversos temas. Como siempre, el padre y el tío de Luna acabaron enzarzados en una discusión, pero después de tantos años haciendo lo mismo ya no inquietaban a nadie.

Cerca de las diez de la noche ya estaban todos hambrientos, esperando a que llegase el abuelo, pues se estaba retrasando bastante, probablemente debido al tráfico. Cuando ya se empezaron a inquietar, María, la madre de Luna, decidió llamarle para preguntarle cuándo llegaría.

– ¿Dígame? –preguntó el abuelo.

–Hola papá, ¿dónde estás? Estamos ya todos en casa, esperándote.

–No te preocupes, estoy llegando ya. Eso sí, poned una silla y un plato más en la mesa.

–Pero, ¿quién…? –comenzó la madre de Luna.

–Estad tranquilos, llegaré en cinco minutos. ¡Hasta ahora!

María  se quedó pensativa con el auricular en la mano, reflexionando sobre lo que habría querido decir su padre.

–Entonces, María, ¿llega o no llega? –inquirió el tío Luis.

–Ha dicho que llegaba enseguida, pero viene con alguien… Yo creía que estábamos todos, ¿no?

–Quizá sea el primo Borja, pero yo creía que cenaba con unos amigos –propuso alguien por el fondo.

–Ni idea, vamos a esperar… –dijo María, mientras preparaba otro servicio.

Como había dicho, el abuelo llegó a los cinco minutos. Todo el mundo se arremolinó en torno a la puerta para ver quién era el invitado sorpresa. Para el asombro general, se trataba de un niño de edad similar a la de Javier, algo desastrado y con aspecto asustado. Llevaba puesta una chaqueta vaquera que le quedaba algo grande y unos pantalones remendados.

–¡Buenas noches a todos! –saludó el abuelo. Os presento a Ian. Le he encontrado sentado en un banco… ¡Con el frío que hace ahí fuera! Tiene tu misma edad, Javier, seguro que te llevas bien con él.

–Pero, papá… –comenzó María, quedándose cortada ante la mirada que le dirigió su progenitor– Bueno, Ian –continuó–, vamos a limpiarnos las manos, que cenaremos enseguida.

Un par de horas más tarde, Ian jugaba alegremente con Javier y el resto de primos, mientras Luna comía turrón al tiempo que meditaba sobre lo que se le ocurrió al salir de clase unos días atrás. En ese momento se encontraba feliz, pensando que su abuelo había hecho bien en invitar a Ian a cenar. Al fin y al cabo, la Navidad consistía en eso: ayudar a los demás, pasárselo bien con la familia y compartir lo que se tiene. Porque, ¿qué era un móvil nuevo comparado con hacer feliz a alguien que iba a pasar su Nochebuena solo y aterido?

Aquella noche, una nueva estrella apareció en el cielo.


nov 14 2010

Nova

Ayer tuve que escribir para Filosofía cómo sería mi utopía, es decir, mi mundo ideal. Me habría gustado extenderme más, y explicar más cosas (quizá una distopía), pero tenía espacio limitado. He aquí Nova:

Nova

Era domingo y, como todos los domingos, tenía que ir fuera de la ciudad para la sesión de apreciación. Desde la fundación de Nova se venía haciendo esta actividad una vez a la semana, que era obligatoria para todos los humanos del Cúmulo.

Cuando me levanté de la cama, mi asistente personal ya estaba en la puerta, esperándome con mi ropa y una taza de café modificado genéticamente. Sin duda alguna, los avances de la Genética habían hecho mucho por el bienestar del Cúmulo. Aunque también podíamos ingerir píldoras con los nutrientes necesarios para todo un día, algo muy práctico, yo prefería degustar la comida.

Como todas las mañanas, la prenda que me traía mi sirviente era la misma: una toga a la antigua usanza transparente en su totalidad, pero que, cuando se llevaba puesta, cambiaba su color y su diseño en función del tiempo, de la hora del día, de mis emociones… Hoy tenía un agradable color verde.

Estaba cepillándome los dientes cuando se apagaron todas las luces de la casa. Vaya, llegaba algo tarde a la sesión de apreciación.

Estas sesiones nacieron como uno de los pilares fundamentales de la Tercera Era: hacia finales del S. XXII, y por tanto de la Segunda Era, la gente estaba tan acostumbrada a los adelantos tecnológicos que los llegaron a considerar parte de la Naturaleza. Para poder valorar en toda su grandeza la tecnología que había hecho posibles sueños como la inmortalidad, y la propia Nova, se procedió a la creación de estas sesiones: una vez cada siete días se vivía en medio del entorno natural, sin herramienta artificial alguna, emulando a los antiguos pobladores del planeta.

Era una obligación algo molesta, pero necesaria para que no ocurriera otra catástrofe como la que marcó el fin de la Segunda Era: la Humanidad vivía cómodamente con unos avances jamás vistos, y todos confiaban tanto en las máquinas que, cuando ocurrió el Incidente (todavía no está claro si fue una explosión nuclear, un corte del suministro eléctrico o una fatal guerra), la mayoría de personas se vieron obligadas a depender de sí mismas, de unos instintos que apenas habían ejercitado.

Así pues, gran parte de la Humanidad pereció en tan sólo unos meses, y habría fenecido por completo de no hacer sido por un grupo de científicos y pensadores que, temiendo alguna catástrofe, almacenaron todo el saber humano en una colonia que fundaron secretamente bajo tierra, y cuando las suecuelas del Incidente disminuyeron, volvieron a salir y repoblaron la faz de la Tierra, construyendo una sociedad en la que nadie estaba por encima de los demás: todo el trabajo manual lo realizaban los robots, que se encargaban de tareas como la agricultura, la minería o la construcción (tareas a las que antes se dedicaban muchas vidas humanas, llegando incluso a la esclavitud), suprimiendo para siempre el trabajo como algo obligatorio y permitiendo a los ciudadanos dedicarse única y exclusivamente a sus aficiones: Artes, Ciencias, Artesanía… pero no estando obligados por nadie a hacer nada que no desearan.

Aunque en los comienzos de la Nueva Era (Nova fue la primera ciudad en ser construida) fueron los fundadores los que dirigieron la sociedad, pronto se pasó a un sistema que garantizaba la igualdad y la distribución equitativa del poder: el Consejo. Todos los días era necesario acceder a una red informática en la que todos los habitantes de la Tierra y , posteriormente, del Cúmulo, daban su opinión e ideas sobre los diversos temas que incumbían a toda la población. Esto se basaba, fundamentalmente, en que todo el mundo tenía una educación realmente sobresaliente, obtenida gracias a programas de estimulación mental.

¿La justicia? La mayoría de los ciudadanos jamás habían cometido falta alguna, pero las pocas que había, normalmente debidas a malentendidos, eran resueltas justamente en el Consejo.

Nosotros, en Nova, también dependíamos mucho de las máquinas, pero sabiamente: sabíamos lo que podían hacer, y hasta dónde podíamos llegar. Por otra parte, habíamos logrado crear una sociedad en la que no había guerras, pues todo el mundo tenía lo que quería sólo con desearlo. Además, problemas como la muerte ya estaban totalmente erradicados: tales eran nuestros avances que la única preocupación, lo único que no teníamos controlado, era el hecho de que quizá existiesen otras civilizaciones más allá de los planetas del Cúmulo… Pero eso ya es otra historia.